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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

La luz de la literatura

 

¿Cómo se forma un escritor?, se pregunta el narrador de ‘Avalancha’ en su primeras líneas. Y aunque la respuesta esté encerrada en el total de las ciento cincuenta páginas que siguen, avanza un guión resumido de lo que se necesita para componerlas, estas y todas las que aspiren a ser literatura verdadera: “Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida, y después, por fin más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas”. Pero eso no es todo, hay una exigencia más, ineludible: “No conozco a ningún escritor verdadero que no haya sido lector”.

De estas dos vetas, sabiamente combinadas, se sirve José Giménez Corbatón para ir hilando y decantando una trayectoria vital en la que la literatura es en muchos casos el candil que avanza e ilumina los pasos indecisos que el autor, convertido en sujeto de la narración, va rebuscando en su biografía. Para armar el relato Giménez Corbatón no solo se introduce en las páginas como personaje, sino que para desdibujar más aún su estatuto recurre a la estrategia del desdoblamiento, de la alteridad. Lleva a las páginas a un viejo amigo, Paulino Margeli, con el que ha compartido estrechamente la vida desde que se conocieron en las aulas de la Facultad. Los dos han encallado en parecidos destinos profesionales, perseguido las mismas chicas, y alentado las mismas obras literarias, aunque el que las firme sea siempre Giménez Corbatón. Con Paulino llegan las discusiones, los recuerdos, las lecturas, y también una carpeta de proyectos y bocetos cuya discusión va tomando cuerpo en ‘Avalancha’. Work in progress, dirían los anglosajones. Divagonovela, sentencia Paulino.

Vida y literatura, literatura y vida. Reflejo mutuo, sabiduría proyectada y rehecha. Y, sobre todo, amor, amor entrelazado. Las conversaciones entre Paulino y Giménez Corbatón siempre tienen al alcance de la mano una biblioteca personal de la que bajan libros abiertos por sus mejores páginas. Tolstoi es el primero en hacerlo desde ‘La muerte de Ivan Ilich’, en la vetusta edición de RTV (una colección inmortal, no hay puesto callejero que no incorpore algún ejemplar) que se multiplica en difuntos que van y vienen a través del muro de la existencia: Drácula, el vampiro de Polidori, Carmilla de Sheridan Le Fanu, también la hija de Victor Hugo revivida en un memorable poema. En paralelo los dos amigos recuerdan los ritos funerarios de su infancia, el rostro de los cadáveres que contemplaron en los velatorios de las casas, el temor atávico a ser enterrado vivo.

Y siguen bajando de las estanterías los libros amados, y subiendo hacia ellas los cruces inolvidables de la amistad. Tiene especial desarrollo el Carpe Diem que ambos amigos enfocan hacia la sensualidad y la sexualidad, contrastándolo de manera algo sorprendente con narraciones en las que las situaciones se ahogan bajo el peso de las preocupaciones de sus protagonistas. El detenido análisis de ‘La señora del perrito’ de Chejov alterna con el desenfrenado escenario de un hotel parisiense en el que los amigos se han instalado con una antigua novia de Paulino, Laura, en un ménage à trois del que no se ahorran detalles. La tal Laura desaparece y deja solo un rastro, una edición de ‘Dublineses’ que trae una cuidadosa lectura de ‘Los muertos’, versión de John Huston incluida, mientras continúa el recuerdo de los juegos sexuales parisinos.

En fin, la lista de lecturas es tan larga que necesita un cuidado índice al final del libro: Irène Némirovsky, Guy de Maupassant varias veces citado (entre ellas como libro de cabecera de una madame que incita a los amigos, no al intercambio de fluidos con sus pupilas, sino al de libros con ella), Zola, Charles-Ferdinand Ramuz, Diderot, incluso el último Coetzee de ‘La infancia de Jesús’. Pero antes o después se regresa al principio, al Ivan Ilich de Tolstoi y la enigmática manera con que se cierra su existencia: “En vez de la muerte, era la luz”. Para divisar esa luz que está más allá de las etapas del tiempo, Giménez Corbatón ha elegido rayos especialmente duraderos, esas grandes obras que en compañía inseparable de Paulino escancia serenamente, gota a gota, por las páginas de esta ‘Avalancha’ de vida y literatura.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 31 de mayo de 2014)

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