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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Para estómagos resistentes

Seminci – Punto de Encuentro. Martes 21 de octubre

En las primeras secuencias de ‘Schimbare’, primer largometraje de Álex Sampayo, el personaje de Candela Peña repite unas cuantas veces: “Me ahogo, me ahogo”. No sabemos qué es lo que le pasa, las imágenes trazan un viaje por carretera a Bucarest, y tanto la mujer como su marido están inmersos en una fuerte tensión que el espectador ni comprende ni comparte, pues los datos son escasos: alguna llamada telefónica, discusiones en la pareja, ingestión de tranquilizantes y un objetivo oscuro al final del viaje.

Cumplidos nada menos que los dos tercios del metraje, las claves narrativas se desvelan en un par de conversaciones: la pareja busca la curación de su hija con un trasplante de riñón procedente de una donante infantil que va a ser sacrificada (solo le queda un riñón, el otro ya se lo ha extraído la organización mafiosa). Si antes de esa revelación las imágenes estaban teñidas de un ambiente crispado, con discusiones muy violentas que llevaban a la madre a autolesionarse (¡ay!, ese brazo sobre el fuego de la cocina), a partir de ese momento los planos se convierten en pura dinamita. El enfrentamiento es ahora con la banda que extorsiona a la pareja y va a matar a la niña donante, y no se ahorra ningún detalle de la desesperación de los padres, ni de la crueldad que exhiben los delincuentes con ellos y con la niña.

El escenario está cuidadosamente diseñado para que la tensión no se escape: una casa en Rumanía, aislada y rodeada de un bosque con cepos para animales (y para los humanos, cuando los pisan), servido por una cámara nerviosa y con los actores embebidos en sus personajes, un poco a la manera de la pareja de ‘Rompiendo las olas’ de Von Trier, con quien la película comparte más de un artículo del Dogma.

El ahogo de Candela Peña invade en el tortuoso final al espectador, solo liberado cuando la acción funde al negro de los títulos. Los crímenes postreros quedan en un off que se agradece, pero no evita la pregunta de para qué esta historia de violencia, para qué tanto horror. No hay ninguna vía de sublimación, ni tampoco de purificación o catarsis que libere la angustia. El tráfico de órganos queda denunciado, pero no creo que ese sea el motor de la obra. Álex Sampayo declara su admiración por Haneke, y tal vez sus películas más violentas y huecas le hayan inspirado. Tiene la suerte de contar con dos actores tan entregados y singulares como Candela Peña y Luis Zahera.

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