Julio Rey Pastor (Logroño 1888 – Buenos Aires 1962) fue un personaje clave en el desarrollo de las matemáticas en España, y en Argentina, en el pasado siglo. Autor de más de una treintena de libros, algunos de ellos de consulta estudiantil hasta fechas cercanas, ejerció cátedras a ambos lados del Atlántico, dinamizó y creó instituciones científicas, dejó una buena pléyade de discípulos, ingresó en la Real Academia de la Lengua en 1954… Es decir, ejerció con pasión la matemática, y desde la matemática maniobró con los poderes políticos, en complejas relaciones con la Republica, el franquismo o el peronismo. Un poliedro geométrico irregular de abundantes caras sería una buena metáfora espacial de su nutrida biografía. Y ahora vuelve a la actualidad por la reedición que la editorial asturiana KRK hace de su discurso inaugural del curso 1913-14 en la Universidad de Oviedo.
‘Los matemáticos españoles del siglo XVI’ fue el título de la disertación, con el aura sospechosa de exposición de especialista cerrada a un tema exclusivo y excluyente, vicio habitual de la universidad patria. Todo lo contrario. Rey Pastor lo escoge porque está en el eje de una polémica que viene de décadas atrás, y que enfrentó a dos figuras de la talla de Menéndez Pelayo y José Echegaray (que además de su producción dramática culminada con el premio Nobel en 1904, y su tarea de ministro de Hacienda, ejercía de ingeniero y de matemático). El primero trata de enaltecer a la ciencia española en los albores de la Edad Moderna en confrontación con la visión negativa y negra del exterior, en una operación de neto trasfondo ideológico; mientras que José Echegaray en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias de Madrid concluye tajantemente: “La ciencia matemática nada nos debe; no es nuestra, no hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo”. No es cuestión baladí la que se debate. Pues frente a la consideración de la ciencia patria como perla necesaria en el esplendor de la cultura de ideología católica y conservadora, Echegaray contrapone un yermo que tiene como consecuencia la calamitosa ciencia española a principios del siglo XX. Y Rey Pastor penetra en el enfrentamiento de la forma más directa: leyéndose todos los tratados de los matemáticos españoles del siglo XVI, y confrontándolos con los de su entorno europeo.
La exposición, llena de interés y al alcance de un lector no especializado, es meridiana en su conclusión: “España no ha tenido nunca una cultura matemática moderna”. Los autores que Rey Pastor estudia se limitaron a reproducir obras muy anticuadas, al margen totalmente de indagaciones contemporáneas. Una cerrazón reforzada por la pragmática de Felipe II en 1559 que prohibía a los naturales del reino salir a estudiar fuera, y por el cierre de la Academia de Matemáticas en 1624. Con ese panorama de desenganche y abandono no es de extrañar que cuando Diego de Torres Villarroel ocupa la cátedra de Salamanca en 1727, declare: “Unos sostenían que la matemática no eran más que enredos y adivinaciones, y otros que era cosa de diablos y brujas”. Rey Pastor alarga esos tiempos oscuros hasta los comienzos del siglo XX, anotándolos sobre su propia biografía: “Sí, digámoslo sin eufemismos: exceptuando alguna cátedra aislada, todos recordamos el instituto y la universidad como cárceles en que padecimos cruel condena; perdiendo los mejores años de nuestra juventud, sujetos a trabajos forzados de repetición memorística, que torturaron nuestra inteligencia, inutilizándola para la producción original”. ¿Seguirá teniendo alguna vigencia, cien años después, este desolador balance?
Mención especial merece la edición de KRK, preparada en un delicado volumen de tapas duras. Corre a cuenta de Inmaculada Fernández Benito y Juan Ángel Canal Díez, catedráticos de Instituto en Valladolid, la una en matemáticas, en filosofía el segundo. Apoyan el texto de Rey Pastor con sus notas minuciosas, lo reconstruyen en las variantes de las sucesivas ediciones, y sobre todo lo extienden en un largo Epílogo que da cuerpo a desarrollos matemáticos y a bosquejos biográficos, sorprendentes a veces como en la aparición científica de Ramiro Ledesma Ramos, olvidado nacional-sindicalista. Una ejemplar labor de edición, marcada desde la portada por ese abanico o caracola hecho de triángulos rectángulos de la misma base cuya hipotenusa es la raíz cuadrada de los números naturales, tarea de construcción escolar que tal vez algún lector recuerde y reencuentre en esta bella disposición.