>

Blogs

Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Tardes de otoño con Woody Allen

Otoño, tarde de cine. Pantalla en negro sobre la que aparecen unos rótulos en blanco siempre de la misma tipografía, música de jazz de los años treinta o cuarenta, título, más nombres sobre el fondo dixieland hasta culminar con “Escrita y dirigida por Woody Allen”: comienza la película. Una austera y esperada ceremonia que se ha repetido con ligeras variantes hasta la apabullante suma de 44 largometrajes, con nombres que no cambian, como Juliet Taylor en el casting, o Charles H. Joffe y Jack Rollins en la producción ejecutiva. Pero no son esos los únicos contactos entre unas y otras. Las películas tienen tantos canales de comunicación que funcionan como ventanas periódicas de una única mirada, o capítulos de una serie libérrima en la que se saltara de unas vidas a otras sin alterar el engranaje, la atmósfera, el toque.

Las variaciones las encontramos en los tanteos menos firmes del principio, cuando Woody Allen todavía estaba más cerca del cómico que del creador, o se buscaba en la sombra de otros grandes nombres de la pantalla como Bergman (‘Interiores’) o Fellini (‘Stardust memories’). También llegan los agujeros vitales que fuerza una filmografía que se acerca a los 50 años. Del dúo de productores, Charles H. Joffe nos dejó en 2008 y Jack Rollins ocupa en solitario su turno de título en blanco sobre negro. Pero desde 1977,  con ‘Annie Hall’ (su primer gran éxito, dos Oscar), nunca ha faltado a la cita otoñal salvo en 1981, falta luego recuperada con el doblete de 1987 ‘Días de radio’ y ‘Septiembre’. Y es una rutina que se acomoda con exactitud a las estaciones del año: escritura del guion en verano, rodaje entre octubre y diciembre, montaje y producción final en primavera, y con mayo florido comienza a enseñar la oreja en festivales hasta el estreno después del verano. Por cierto, ahora estará acabando el rodaje del estreno de 2015, todavía sin título, pero del que se sabe que repite con Emma Stone. Allen encadena cada poco querencia por una actriz, léase Diane Keaton, Mia Farrow o Scarlett Johansson, que repiten protagonismo en varias obras y que para bien o para mal quedan ligadas a su nombre, incluso sentimentalmente en los dos primeros casos. En los actores la variación es mucho mayor, y aunque él haya dejado la plaza libre de protagonista en las últimas, los nombres masculinos cambian sin cesar. En 2015 ocupará Joaquin Phoenix la cabecera, otra estrella que añadir a una lista asombrosa. Nadie dice que no a las propuestas de Woody Allen, a pesar de la economía relativamente modesta de sus producciones.

Su cine quedó ligado a la geografía neoyorquina con el éxito de ‘Annie Hall’ y con la apasionada declaración de amor que suponía ‘Manhattan’, que arrancaba con una cadena de imágenes de la ciudad cosidas por la Rhapsody in Blue de George Gershwin. El cuerpo menudo del actor parloteando por las calles de la ciudad, entrando en sus restaurantes o atravesando Central Park ha sido constante en su filmografía, aunque las excursiones fuera de ella son más abundantes de lo que el cliché admite: desde la ciudad abstracta y expresionista de ‘Sombras y niebla’, hasta la Venecia musical de ‘Todos dicen I Love You’ o la reconstrucción cinéfila de ‘La rosa púrpura de El Cairo’. Pero en todas ellas la base financiera era mayoritariamente estadounidense, y esa era la nacionalidad que portaban. La situación cambió cuando en la década pasada Woody Allen comenzó a toparse con problemas de financiación para sus proyectos. Se sabía que su cine siempre había sido mucho más admirado en este lado del Atlántico, y las recaudaciones eran muy superiores en Europa. Así que cuando su guion de ‘Match Point’ no encontró respaldo monetario en su país, no hubo más solución que cruzar el charco. La película se rodó en Londres, y además fue londinense en su ambientación, en su geografía, en la humedad que recorre el espinazo. La mudanza afectó a la música, que cambió el jazz por la ópera, y también al incremento del peso dramático hasta hacer desaparecer cualquier vestigio de comicidad. El éxito de la película devolvió el interés del capital estadounidense por su obra, pero el rodaje tardó varios títulos en retornar. Las dos siguientes, ‘Scoop’ y ‘El sueño de Cassandra’, las hizo también en Inglaterra, con una significativa mirada a la clase obrera, a los “chovs”, en esta última. Y luego, abierta la puerta viajera, otras ciudades le atrajeron: España fue la base para ‘Vicky Cristina Barcelona’ (perra suerte, para muchos es su peor película), con la ciudad condal y Oviedo bendecidas por la elección de Woody (sobre Oviedo, en donde recibió el premio Príncipe de Asturias en 2002, derrama siempre que puede recuerdos amorosos, hasta afirmar en una entrevista que cuando se jubile quiere irse allí a vivir; como diría Corín Tellado, eso es que no ha conocido Gijón). Y luego en la capital francesa rodó y ambientó la extraordinaria ‘Medianoche en París’.

En una entrevista en El País, publicada unos días antes del estreno de ‘Magia a la luz de la luna’, Woody Allen declaraba: “Vivimos en un mundo que no tiene sentido, ni propósito. Somos mortales, y todas las preguntas importantes se quedan con nosotros y no tienen respuesta. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿De qué va esto? ¿Por qué morimos? ¿Qué significa la vida? Y si no significa nada, ¿de qué sirve? Esas son las grandes cuestiones que nos tienen locos, no tienen respuesta, y uno tiene que seguir adelante y olvidarse de ellas”. Pero Woody Allen no se olvida de ellas, nunca lo ha hecho. Están en el centro de su última obra, que aun con ese peso se sigue con la mirada risueña y un principio de sonrisa en los labios. Y en muchas anteriores, disfrazadas de comedia o de juego intrascendente, con cumbres como ‘Delitos y faltas’ o ‘Balas sobre Broadway’. Ya en ‘Manhattan’ respondía así ante un magnetófono a la pregunta ¿por qué vale la pena vivir?: “Hay ciertas cosas que hacen que valga la pena. Groucho Marx, por nombrar a alguien, Jimmy Connors, el segundo movimiento de la sinfonía Júpiter, Louis Armstrong y su grabación ‘Potato head blues’, algunas películas suecas, claro, ‘La educación sentimental’ de Flaubert, Frank Sinatra, Marlon Brando, esas increíbles manzanas y peras de Cézanne, los mariscos de Sam Wo’s…, el rostro de Tracy”. Ilusiones, ilusiones que necesitamos como el aire que respiramos, según dictamen del mago Armtead en ‘Sombras y niebla’, y que en este último estreno parece que se adelgazan del todo en la menta seca y racionalista del mago Stanley Crawford, interpretado por Colin Firth. Sin embargo, en esa noche en que se les avería el coche y contemplan desde un observatorio abandonado el inmenso cielo estrellado, él confiesa su temor ante el universo infinito y solo le queda el recurso de echar su brazo sobre el hombro de su acompañante. El rostro de Tracy, o los grandes ojos que Emma Stone presta a su médium farsante, siguen siendo la magia verdadera de la vida, algo por lo que merece la pena existir. Por esa necesidad de querer y ser querido, de no ser excluido del círculo de los afectos humanos, Leonard Zelig emprendió aquel asombroso caso de camaleonismo, tan inverosímil como reconocible, que para muchos constituye la gran obra maestra de Woody Allen.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 13 de diciembre de 2014)

Temas


diciembre 2014
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031