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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Una lánguida y tácita aceptación

La coincidencia, siniestra coincidencia, de la presentación de ‘Sumisión’ y su mirada hacia el Islam con el terrible atentado en la redacción de Charlie Hebdo, multiplicó y desbordó la atención hacia la novela, y hacia el novelista, que hubo de desaparecer durante una temporada de la vida pública. Sin esa casual simultaneidad la obra también habría producido una fuerte sacudida, pero se habría leído de otra forma, con atención exclusiva a su mundo narrativo, aunque siempre filtrado por la presencia extravagante de su autor, ese tipo feo y raro al que gusta introducirse en sus obras como personaje. En esta su nombre se queda en la solapa del libro.

Resultado de imagen de michel houellebecq Sumision

Francia, 2022. Tan solo hace falta saltar por encima de una elección presidencial para alcanzar ese futuro inmediato. Siete años que debe arrastrar mucho vértigo tecnológico, lo que no ha preocupado a la imaginación de Michel Houellebecq: los profesores universitarios siguen utilizando el fax, su buzón del portal almacena las cartas en papel del banco, lo que casi no es ni de la actualidad de 2015. Donde sí afina el escritor es en lo importante, en el trazo político de su país y de sus paisanos. Tras el vaciado definitivo del centro derecha, en la pugna presidencial entre el Partido Socialista y el Frente Nacional se entromete un nuevo Bloque Identitario, movimiento subterráneo de estrategias violentas que busca la salvaguarda de las esencias occidentales, y sobre todo la Hermandad Musulmana dirigida por un francés de nombre Mohammed Ben Abbes. Una situación a la que se llega estirando hacia el futuro la lógica de la sociología y la biología: Europa ha seguido languideciendo y envejeciendo al tiempo que los adolescentes de las banlieue llegan a la mayoría de edad con energía renovada y multiplicada en las nuevas remesas de emigrantes. Además las petromonarquías árabes han seguido acumulando riqueza en la misma medida que aumenta su capacidad de influencia y penetración sobre la civilización occidental.

El personaje que ensarta en primera persona la narración, François, viene aderezado por rasgos reconocibles de la cultura francesa: profesor de la Sorbona; especialista literario en Joris-Karl Huysmans, un ave rara de finales del XIX del que las páginas de la novela dan abundante y atractiva cuenta; bon vivant, amante de la cocina, el vino y el Armagnac; solitario por bloqueo afectivo heredado de unos padres de los que solo tiene noticia cuando la Administración le comunica sus fallecimientos; agotado vitalmente en la cuarentena, consumidor ocasional de sexo profesional, aburrido de sí mismo, vacío de futuro, superviviente porque el suicidio supone un esfuerzo excesivo. Un tipo con poco que decir, lo que deja mucho espacio abierto a otros discursos, tanto de sus paisanos de siempre como de los que llegan con nuevos enfoques del país. Pero François, emblema individual de una larga colectividad, no va a luchar por nada, no va a presentar batalla en una guerra perdida de antemano por la decadencia y la atonía. Nada de violencias o desplazamientos masivos. El sistema democrático tiene plaza para la astucia de los movimientos emergentes, y François y sus colegas de la Sorbona solo tienen que ir pensando si quieren pasar por un nuevo trámite administrativo, la conversión al Islam, lo que de rebote les puede renovar la vida doméstica con la llegada de una o varias esposas jóvenes.

Novela pesimista, especular de una Europa aterida y sin nervio, entregada o fagocitada por el empuje mediterráneo de pueblos soleados sin conocimiento ni experiencia de la secularidad y la división de poderes Bien escrita, y fluida en la traducción de Joan Riambau, su ritmo se resquebraja un tanto tras el punto culminante de las elecciones presidenciales, aunque la audacia del tema nunca suelta al lector. Totalmente eurocéntrica, francesa en cada página, indagatoria hacia adentro. Y en consecuencia poco abierta a los matices del Islam, despachado con los brochazos gruesos de un manual escrito por un personaje de la novela. Houellebecq anota el merecido final de su cultura, o mejor su sometimiento y explotación por otra. Un nuevo imperio se comerá al anterior, como tantas veces ha mostrado la historia.

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