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Jorge Praga

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El extraño caso de Manoel de Oliveira

El primer contacto del público español con Manoel de Oliveira se produjo a finales de los setenta con el restringido estreno de ‘Benilde ou a Virgem Mãe’. A nadie pudo dejar indiferente aquella película sobre una muchacha que justificaba su embarazo como una decisión de la gracia divina, sin marido ni amantes. Lo más llamativo era que el director no acercaba los hechos a ninguna evocación religiosa, ni tampoco al racionalismo psiquiátrico de la locura, sino que los exponía con naturalidad y distancia, y los desarrollaba sin fatiga hasta un final sin explicación. Quién era este director portugués, se preguntaban en los tiempos sin Google los pocos espectadores que la vieron. Entre ellos estaría Fernando Herrero, director de la Seminci, que volvió a encontrar su firma en una de las películas que sorprendieron en Cannes, ‘Amor de perdição’, y decidió incluirla en la programación de la edición XXV, en 1980.

‘Amor de perdição’ tenía detrás un referente de la literatura portuguesa, la novela de Camilo Castelo Branco publicada en 1862. El respeto con que Oliveira trata los textos literarios hizo que la película disparase su duración hasta los 260 minutos en su versión de seis capítulos para televisión. Posiblemente en la Seminci se proyectase una versión más reducida, que no dejaba fuera los planos de los amantes navegando por un océano cuyas olas eran cartones pintados de colores, sin que se resintiese la temperatura ni la credibilidad de la narración. Algo extraño atravesaba el cine de este director portugués, y en la Seminci atrevida de aquellos años debieron pensar que lo mejor era organizar un ciclo con su obra, que a los 72 de Oliveira cabía suponer cuantiosa y prácticamente acabada.

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La edición XXVI de la Seminci, en 1981, presentó un mini-ciclo dedicado al director portugués bajo el nombre de “Amores frustrados”: solo cuatro películas, las dos ya conocidas, más ‘O Passado e o Presente’ de 1972, y el estreno de ‘Francisca’. No era racanería del autor o del festival, lo que sucedía era simplemente que eso era todo lo que había filmado, exceptuando algunos documentales y una lejana y medio perdida película de 1942, ‘Aniki Bóbó’. Aun así la edición dejó huella, huella portuguesa: el Jurado, de nuevo “Internacional” (después de varios años de “Popular-elegido-por-sorteo-ante-notario”), lo presidía la gran escritora lusa Agustina Bessa Luís, en una de cuyas novelas se basaba la última película de Oliveira. El mismísimo director llegó a Valladolid desde Oporto mediado el festival a pesar de que no le gustaban los homenajes, como declaró a El Norte de Castilla en una entrevista en que tampoco facilitó claves, sino que dio armas a sus detractores con el titular “El cine, como arte, no existe; se limita a fijar la síntesis que hace el teatro”. Y cuando se le preguntó por su concepto de la estética, “el realizador lusitano mueve la cabeza, esboza una ligera sonrisa y señala que es muy complejo de explicar”. Sus películas, tan largas y diferentes, tenían difícil defensa ante la furia aburrida de sus detractores, entre los que se contaba el crítico y escritor Emilio Salcedo, que con su finura habitual acusaba a ‘Francisca’ de “oponerse continuamente al lenguaje cinematográfico habitual con un estudiado hieratismo, distanciamiento en la frialdad de los diálogos y división en escenas explicadas literariamente y no mediante los recursos del ritmo cinematográfico”. A pesar de todo el acta del Jurado comenzaba así: “El Jurado se congratula con la presencia y la obra excepcional en este Festival del autor portugués Manoel de Oliveira”.

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En los primeros diálogos que mantiene Camilo Castelo Branco, convertido en personaje de ‘Francisca’ por la pluma de Agustina Bessa Luís, se le oye decir: “Veremos si, acostumbrados como estamos a oír tonterías, no nos parecerá aburrido charlar seriamente” Tal vez esa fuera una de las claves para aceptar sin aburrimiento las películas de Oliveira: la seriedad; o el alejarse de lo superfluo, de lo decorativo, de lo espectacular. Lo proclamaba en una entrevista de 1989: “Hoy, con todos los adelantos, los efectos especiales, el vídeo, la televisión… parece evidente la dificultad para descubrir algo nuevo en el cine. No se puede dar ningún paso más, está todo explotado. La única solución es abandonar todo y volver a las raíces”.

Películas voluntariamente distintas, singulares (‘Singularidades de una chica rubia’ es una de sus obras), las de esta tetralogía del anciano Oliveira. Pero quedaba casi todo por suceder, lo mejor, lo más raro y genial: en los siguientes 34 años iba a rodar decenas de películas de gran impacto artístico sin apenas abandonar su amado Portugal de verjas oxidadas, ni la seriedad de sus adaptaciones literarias, con Bessa Luís a la cabeza. Trajo película a otras tres ediciones de la Seminci, la última hace dos años (el episodio de ‘Centro histórico’ en el que por fin se ríe, o se sonríe, de los turistas de Guimarães). Y con 102 años estrenó en Cannes la historia de otra muchacha tan rara como Benilde, ‘El extraño caso de Angélica’. Pero el caso verdaderamente extraño era, es, el suyo.

(Publicado en La sombra del ciprés el sábado 6 de junio de 2015)

 

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