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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

La piel que habito

Poco debería contar una semana frente a las cincuenta restantes del año, aunque sea una semana de cines abarrotados y colas en las calles, de discusiones en los cafés y tribunas en periódicos y radios, de intensa pasión cinéfila tan raudamente despertada en la sesión de apertura como presta a apagarse tras la gala de clausura. Así de mudable es la piel de esta ciudad, y tal vez esa mudanza que la reviste de pingüino motero, penitente de Viernes Santo o degustador de pinchos de vanguardia sea el secreto de su habitabilidad sin filtro excluyente para forasteros, una palabra que nunca he oído en Valladolid. Una semana, esa semana, cuando octubre empieza a apagar las tardes y empuja a buscar prendas en el fondo del armario, en la que las calles se llenan de la procesionaria cinéfila que va de un cine a otro con la revista roja y blanca entre las manos o sobresaliendo del bolso en bandolera. Esa semana en que los acontecimientos de la pantalla se viven con tal calor que labran un auténtico imaginario colectivo, un gran álbum ciudadano en el que cada cual buscará su página favorita.

Resultado de imagen de Seminci

De esas páginas ya solo quedan en el testimonio fotográfico alguno de los cines que albergaron los prodigios. El Coca, el Roxy, el más remoto y enorme Avenida del paseo Zorrilla que acogió muchas de las sesiones de los comienzos. En el Avenida tengo con certeza mi primer recuerdo de la Seminci, cuando todavía llevaba el largo nombre de valores religiosos y humanos. Aunque parezca extraño, y ojalá el álbum de algún lector lo corrobore, en 1969 se proyectó ‘Seven chances’, la arrolladora cinta de Buster Keaton perseguido por todas las novias de Los Ángeles, arropada por la música que décadas después le compuso Claude Bolling. Aunque no pintara nada en el festival piadoso, la ovación de los espectadores fue enorme, tanto como mi asombro por una obra tan inspirada y antigua merecedora de admiración perpetua, presta a ser contagiada a los amigos y a quien se pusiese a tiro. El cine Avenida también es para mí el cuerpo diminuto de José Luis López Vázquez palmeado y estrujado por los espectadores de ‘El bosque del lobo’, de Pedro Olea. Debió dejarle huella al actor aquel éxito, pues visitó el festival en varias ocasiones e incluso fue receptor de un ciclo específico. De aquellos años de páginas anteriores a la luz de la Transición han quedado nombres y películas ligadas a escándalos que ennoblecieron a quienes los sufrieron, si es que las iras de un reducto provinciano podía alcanzarles o preocuparles: desde Ingmar Bergman con su trascendencia de raíz sinceramente humana al Luis Buñuel irreductible peregrinando los caminos jacobeos bajo la vía láctea. El fin del franquismo trajo con urgencia sus frutas prohibidas, y todavía encuentro una sombra de ojeras bajo los ojos de algún amigo que aguantó la cola de una noche para ver ‘El gran dictador’ –sí, créanme, Charlot estaba entre los demonizados- o ‘La naranja mecánica’.

Resultado de imagen de Seven Chances

Pero donde tal vez más placer encuentran las pausas del recuerdo, donde el patrimonio del festival se hace más exclusivo, es en la colección de gestos fugaces que a veces tuvieron la suerte del fotógrafo oportuno, y otras solo sobreviven en fondos de hemeroteca y memoria personal: Stanley Donen interpretando su discurso de agradecimiento con un cuerpo todavía ágil, bailando la música de claqué que solo él oía. Francisco Rabal recitando unos versos canallas compuestos para la ocasión de su Espiga. Y cómo no, aquella mañana de domingo en que Fernando Fernán Gómez lee unas cuartillas en recuerdo de su amigo Edgar Neville; en las páginas de mi álbum veo a gente tragándose con lágrimas la emoción que suscita el texto de Fernando en su voz conmovida, y cómo muchos le esperamos a la salida para tener cerca su cara enfurruñada de tímido, tocarle al pasar como si fuese un torero en la puerta grande del triunfo.

Resultado de imagen de fernando fernan Edgar Neville

En fin, en la distancia corta, casi privada del álbum: Christian Metz, el intocable semiólogo de los setenta distraído en un pasillo mientras espera la hora de la conferencia, accesible, amable, inteligente. Icíar Bollaín bajo las lágrimas emocionadas del premio en su debut con ‘Hola, ¿estás sola?’. André Delvaux, del que no puedo olvidar el estremecimiento de ‘El hombre del cráneo rasurado’, concediéndome una larga entrevista poco antes de su muerte. Álvaro del Amo resistiendo el coloquio con el público en su película más atrevida, ‘Dos’. Carmine Coppola abroncando a un músico de la Orquesta Ciudad de Valladolid en la proyección de ‘Napoleón’, sin abandonar el compás con la batuta…

Resultado de imagen de Iciar Bollaín

Páginas de un álbum que nos encierra cada año como una segunda piel, a punto de abrir su capítulo número 60.

(El Norte de Castilla, 5 de septiembre de 2015)

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