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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

La importancia de un plano

Seminci

Punto de Encuentro. Jueves 29 de octubre de 2015

Un plano puede dar la medida del atrevimiento, de la profundidad de un director. Es una decisión de pocos segundos, como la que toma el checo Slávek Horák para cerrar ‘Domácí péce’: en la larga y jocosa fiesta bien regada de alcohol que sigue a una boda, el padre de la novia se sienta a descansar, abstraído. Al lado, una silla vacía. Su mujer, muy enferma, ha batallado pero no ha podido más. Es un plano triste,  con la muerte presentida desde el principio en medio de la fiesta. Una voz grita desde el interior de los ojos: ¡Aguanta ese plano! ¡Aguántalo y cierra la película! La petición se cumple con exactitud.

Buen colofón a una película construida sobre el equilibrio y la justa mezcla: ternura y hondura, risas y lágrimas, alegría y tristeza. Vida y muerte. El tema central es para coger aire antes de seguir: un cáncer de páncreas detectado a la protagonista tras un accidente fortuito (lo provoca uno de los vectores cómicos del metraje, un paso subterráneo que la UE ha financiado para que las ranas del bosque colindante crucen la carretera). La mujer ha dedicado toda su vida a atender enfermos y ancianos, y disuelve su problema en los males que la rodean, con la ayuda extra de curanderos y visionarios que aportan su grano de pimienta. Los gags se suceden a ritmo pausado, a veces con tanta distancia que enfrían la sala. Algunos son ciertamente para archivar, como el del móvil que cae al foso de una tumba instantes antes de que llegue el ataúd. Y todos se apoyan en la excelencia de los actores, con mención especial a la pareja protagonista: Bolek Polívka con la nariz enrojecida por el enjuague alcohólico y Alena Mihulová luchando contra las sombras enfermas que van ganando terreno en su cara.

Una pareja en Vilna

La finlandesa ‘2 yötä aamuun’, de Mikko Kuparinen, porfía por un equilibrio bien distinto al de la cinta checa: el que explora una relación que puede lanzar a los protagonistas a un ejercicio áspero de autoconocimiento, o a aliviarlo con el cauce almohadillado de los sentimientos amorosos. Mirarse al espejo en profundidad, o dejar que los ojitos se guiñen mutuamente.

Una arquitecta y un Dj coinciden una noche en un hotel en Vilna por motivos de trabajo. La osadía de él se encuentra con el aburrimiento de ella, y tras mucho alcohol acaban en la cama. El despertar trae la resaca y la vuelta a las obligaciones, que imponen una despedida fría. Pero las cenizas de aquel volcán islandés de cuyo nombre no quiero acordarme abren un tiempo nuevo, inesperado y vacío, que rompe las urgencias del presente y conduce la relación hacia fronteras impredecibles. Mikko Kuparinen da una de cal y otra de arena, una de música trepidante del Dj y otra de piano melifluo con postales de Vilna, y todo queda en suspenso. Y eso que la oportunidad de la gran clausura lo formula su personaje masculino: “Me gustan los hoteles, su filosofía; mañana arreglarán esta habitación y nada quedará de nuestro paso por aquí”. Pero solo se atreve a filmar el comienzo de ese plano existencial.

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