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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Romanos, moscovitas y afectos: Salamanca, 1955

Mientras estas líneas toman forma se cierran en Salamanca las Nuevas conversaciones de cine español, organizadas por la SGAE. Conversaciones, Salamanca, dos palabras cargadas de peso en la cinematografía española, dos palabras que fuerzan a retroceder a los días de mayo de 1955 en que la universidad salmantina acogió ponencias y discusiones enhebradas en torno al célebre dictamen de Juan Antonio Bardem en la primera de las sesiones: “Después de sesenta años de cine, el cinema español es: políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo, industrialmente raquítico”. ¿Quedan en los aires de la ciudad algún eco de aquellas palabras? ¿Tiene algo que ver el pentagrama de Bardem con el cine que van a examinar estas jornadas?

En 1995, cuarenta años después de las Conversaciones, Ignacio Francia las sintetizó para el libro ‘El cine español, desde Salamanca (1955/1995)’ en un capítulo que acababa con estas palabras: “Hoy, a los cien años del nacimiento del cine, las Conversaciones ocupan su sitio: son mera arqueología en la historia del cine español”. Mera arqueología. En 1995 no era posible, ni por supuesto lo es ahora, trasplantar su problemática artística e industrial ni conectar con lo que allí se vivió, en un marco franquista que condicionó cualquier escrito, movimiento, amistad, proyecto o reunión. Para hacerse una idea basta con echar un vistazo al reparto.

El principal muñidor de la idea era Ricardo Muñoz Suay, productor y guionista cinematográfico, miembro del Partido Comunista, que al acabar la guerra civil había permanecido un lustro escondido en un zulo de su casa. La titularidad la portaba un estudiante que dirigía el cine club del SEU, Basilio Martín Patino, que tuvo que lidiar con el gobernador civil, el falangista José Luis Taboada, indignado porque el Llamamiento lo firmaba un rojo como Muñoz Suay, al que finalmente sustituyó por Manuel Rabanal, afecto al Régimen. Este gobernador también impuso que su secretario, el periodista Emilio Salcedo (que luego fue redactor jefe de El Norte de Castilla), leyera la ponencia ‘Cine político’, en la que se exigía colocar al cine español en consonancia con el 18 de julio, y “un horno para quemar el celuloide cuando no sea así”. Por allí se movía José María García Escudero, hombre de siete vidas: anarquista, Alférez Provisional, letrado de las Cortes, general auditor, Director General de Cine antes y después de las Conversaciones… Y por supuesto Juan Antonio Bardem, desafecto notorio y comunista, recién llegado del festival de Cannes donde la crítica le había otorgado el Premio Internacional por su ‘Muerte de un ciclista’. Y junto a ellos nombres que chocan como bolas enloquecidas de un billar: Fernando Vizcaíno Casas, Fernando Fernán Gómez, el grupo católico de la revista ‘Film Ideal’, Luis García Berlanga, el joven profesor Luciano G. Egido, Fernando Lázaro Carreter, Emilio Sanz de Soto recién llegado de Tánger. Casi todos se fotografiaron sentados en la escalinata de la Catedral, sin que se pueda distinguir a Guido Aristarco, el teórico del neorrealismo que fue aceptado con muchas reticencias franquistas como “observador extranjero”, ni a un realizador portugués desconocido, Manoel de Oliveira.

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A pesar de todos los rayos y truenos ideológicos que se cernían sobre las aulas, las Conversaciones funcionaron, las ponencias se alargaron en debates sin restricciones, las persecuciones y detenciones se postergaron, y se elaboraron unas conclusiones votadas ¡democráticamente! por los participantes (ese voto apartó del balance la ponencia de ‘Cine político’). Martín Patino, en el recuento que hizo para el libro de 1995, cifró el buen clima en el alcance modesto de las peticiones, que apenas inquietaron al celoso orden franquista: “Lo que allí se concretaba formalmente como propuestas concluyentes eran recetas de intendencia para un ejercicio profesional más holgado”. Baste como muestra de esa intendencia lo que el fiero Bardem pedía sobre la censura: “Que nos muestre su rostro, que enseñe la salida del laberinto, que codifique lo prohibido”.

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Según el manifiesto inicial el cine español era un cadáver presto a resucitar tras las Conversaciones, pero todo quedó, como en Villar del Río después de disfrazarse de poblado andaluz esperando a Mr. Marshall, prácticamente igual. José María Escudero se quiso apuntar el logro de conseguir desde la Dirección General de Cine las conclusiones (“si Bardem fue indiscutiblemente el hombre de Salamanca, para no pocos yo fui el otro hombre, sencillamente porque tuve la oportunidad de realizar, años después, lo que en Salamanca se había pedido”), pero los historiadores no ven hilazón ni consecuencia entre lo hablado en 1955 y la etapa renovadora del ‘Nuevo cine español’ diez años después. Ni tampoco es fácil asentir a la visión simplificadora de las Conversaciones como el kilómetro cero de un cine español sin relevancia hasta entonces. En ese pretendido desierto triunfaba internacionalmente Bardem, junto con Berlanga y los primeros apuntes de Nieves Conde. Y al margen de Salamanca existían otros cines y cineastas que aguardaron con paciencia su valoración. El caso más relevante es el de Edgar Neville, cuya filmografía contaba antes de 1955 con títulos del calibre de ‘Domingo de Carnaval’, ‘La torre de los siete jorobados’ o ‘La vida en un hilo’, y que fue “descubierto” en un ciclo ejemplar de la Seminci en 1982. Su amigo Fernando Fernán Gómez llevó su voz inolvidable a las líneas que redactó en su honor: “De las películas de Edgar nadie hablaba, nadie las veía. A la joven crítica, dividida entre romanos y moscovitas, le tenían sin cuidado”. La Seminci continuó con fortuna ese buceo con las recuperaciones de Carlos Serrano de Osma, Luis Marquina o Nieves Conde. La historia del cine español es mucho más compleja que la que sitúa el Génesis en las Conversaciones de Salamanca. Basta con prestar atención al ejemplar ciclo con el que la segunda cadena de la televisión pública está, por fin, visitando con seriedad las producciones españolas.

Y, mientras tanto, avanzan las nuevas Conversaciones de 2016. Que no miren para atrás, ni para los lados. Para el futuro, al que le sobra cualquier adjetivo patrio. Pues el problema ahora es el cine mismo, el viejo invento: salas que desaparecen, espectadores que menguan y envejecen, proliferación de nuevas pantallas y hábitos, esclavitud de la técnica, saturación y vértigo en los foros, disolución de jerarquías. Pero que, de alguna forma, se puedan repetir las palabras finales de Bardem en 1955: “Nosotros, gente de cine, hemos hablado en Salamanca”.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 5 de marzo de 2016)

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