Probablemente fue John Lennon el primero en advertir el alcance de la música de su grupo con su célebre e ingenua provocación: “¡Somos más populares que Jesucristo!”. Medio siglo después, con el rock desfallecido, el divertimento del fútbol ha tomado el relevo globalizador subido al tren imparable de la pantalla ubicua, y ahora sí que sus protagonistas cimeros, Messi y Cristiano Ronaldo, pueden proclamar sin escándalo que son más populares que Jesucristo, y que Alá, y Buda, y Yahvé y todos los dioses que sumen los cielos.
Lo muestra y demuestra esta película noruego-iraquí, que después de llenar la pantalla con créditos en varias grafías e idiomas, resuelve su título con un único e inapelable nombre: ‘El Clásico’. Universal y rotundo. Da lo mismo que la acción se centre en una remota aldea del Kurdistán iraquí, allí también es natural y creíble la espera ansiosa de un nuevo enfrentamiento Madrid-Barcelona, con los hombres del pueblo polarizados en su devoción por las dos divinidades futboleras.
Sobre este sembrado que todos entienden el director Halkaw Mustafa, iraquí educado en Noruega, construye una historia de mimbres resultones y algo trillados: amores imposibles en una pareja no consentida por el padre de la novia, exotismo kurdo, pinceladas de la guerra en Irak, ramalazos integristas, y sobre todo el feliz hallazgo de los dos intérpretes principales. Dos hermanos enanos, o afectados por la acrondoplasia que anota la ficha oficial, con los que el director convivió una larga temporada, y que aportan a la película la correspondiente dosis de simpatía y ternura, aunque como intérpretes no superen el aprobado (la mirada no dejó de acordarse de otros actores de la misma talla pero mejor fortuna dramática, en especial de Jesús Fernández, que dejó momentos inolvidables en algunas películas mexicanas de Luis Buñuel).
La historia de amor prohibido entre uno de los hermanos y la tierna hija del zapatero del pueblo obliga al novio a buscar la redención en un viaje que tiene que acabar en La Meca futbolera, es decir, en el Santiago Bernabéu, lo que aboca a la película a una suerte de road movie a lomos de una peculiar motocicleta de discapacitados. Las dificultades que surgen en cada cuneta de un Irak convulso son rebajadas con la gaseosa de la dulzura, que consigue incluso suavizar secuencias cruentas de trasplantes de riñón y paradas cardíacas. Todo sea por el encuentro final con el mago Cristiano Ronaldo, que con un gesto en la pantalla puede disolver recelos y jerarquías ancestrales a miles de kilómetros de distancia del césped donde se oficia el Clásico.
(de Punto de Encuentro)