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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Experiencias fuertes, planteamientos atrevidos

Adolescente belga de vacaciones con sus padres. Caravana en un camping del Mediterráneo. Aburrimiento, soledad, chicas con las que intercambia miradas.  La cajera del supermercado, de madre flamenca, parece accesible, y es guapa. Merodeos por la discoteca, cervezas solitarias, hasta que por fin… El arranque del guion parece conducir hacia la cadena de experiencias iniciáticas que descubrirá el mundo al adolescente, que le llevará a madurar con alguna cicatriz de brújula. Una historia que puede ser divertida, incluso frívola, o bien…

O bien desatar las precauciones, soltar las amarras de la convención y embarcar al protagonista en una experiencia sin colchón ni freno. Eso es lo que, dosificadamente, va colando el director Kevin Meul en su ‘My First Highway’. El adolescente que juguetea con la chica en la libertad de la noche oculta su debilidad e inexperiencia en la fingida seguridad con que responde a sus desafíos. No cabe comprenderla –extrañeza del otro en la adolescencia- ni razonar sobre sus continuas incitaciones, sino estar a la altura de ellas, sacar pecho, escaparse por la noche, meterse en líos, robar el coche a su padre, seguirla hasta el borde del precipicio. Y no poder frenar a tiempo. El color va virando desde el coqueteo a la fidelidad obsesiva, enfermiza, y las consecuencias serán terribles, y sobre todo irreversibles.

Kevin Meul lleva la narración de ese viaje iniciático con un pulso impecable e implacable. Para no dispersar la atención, adopta una estrategia visual ciertamente comprometida: los mayores van a estar siempre en un segundo plano, fuera de foco; las miradas convergen en la pareja y en sus escasos colegas. Así que todo el peso descansa sobre los protagonistas, especialmente sobre el chico, interpretado por Aäron Roggeman. Su rostro es un perfecto espejo de las heridas que va dejando el desaforado viaje, contrastado por la frialdad inexpugnable de la chica, a cargo de Romy Lauwers. Brillante trabajo de ambos para esta obra calculada y talentosa.

Rareza tailandesa

Un repetido adocenamiento parecía haber alejado en las últimas ediciones a la sección Punto de Encuentro de lo que debía estar en sus genes primordiales: la búsqueda antes que las respuestas, la experimentación más que las convenciones establecidas. La tailandesa ‘Dao Kanong’ (‘Para cuando oscurece’), dirigida por Anocha Suwichakornpong, responde a esa llamada para películas atrevidas, innovadoras, efervescentes. Para los espectadores que abandonaron la proyección, demasiado atrevimiento. O demasiado tiempo sin obras así.

“Es una película sobre la construcción de una película”, declaraba el productor en la proyección. Materiales para una obra que resulta ser su suma, un “work in progress” translúcido. Dentro de su estructura aparece la directora preparando un rodaje, también fragmentos de ese rodaje, junto con otros segmentos narrativos difíciles de encajar con lo anterior: las apariciones de un cantante famoso, la tralla laboral de una camarera, paseos por el bosque. Pero hay una serie de rimas que los recorren como savia misteriosa: el roce de las manos de los caminantes, el susurro del bosque tropical, las setas que permiten incluso una cita explícita al ‘Viaje a la luna’ de Georges Méliès. Hay que hacer el esfuerzo de dejarse llevar por esos planos estáticos llenos de sonoridad que recuerdan a los del maestro del cine tailandés Apichatpong Weerasethakul, hasta llegar a ese final en que la propia imagen se descompone en sus componentes de color, una deconstrucción material de la escritura que, quien lo diría, a mí me recordó la que cierra ‘El barón rampante’ de Italo Calvino.

(de Punto de Encuentro)

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