Una profesora de música me contó cierta vez que, preguntando a sus alumnos, niños de menos de diez años, qué era para ellos la música, uno de ellos respondió: “Cuando las palabras cantan”. Venía a coincidir con la frase que prologa un libro del compositor canadiense R. Murray Schafer, recogida de un niño de seis años: “Poesía es cuando las palabras cantan”. Es importante el orden en su respuesta: son las palabras las que cantan, y no al revés. No es el canto el que se sirve de ellas como un componente o un recurso más, sino ellas las que lo llevan dentro, guardado, esperando al mago que les dé un beso con la boca y abra su secreto, rompa su armazón de silencio hasta alcanzar el oído del oyente.
La concesión del premio Nobel de Literatura a Bob Dylan coincidió con la muerte de otro premiado, Dario Fo. Un hombre de teatro, un autor que para desplegar toda la potencialidad de sus obras escritas necesitaba del escenario y los actores, del presente enfatizado y vivo de las palabras dichas. De la oralidad. La vieja y mágica oralidad que viene desde el principio del lenguaje y es capaz de arrancar a las palabras su canto. La literatura premiada en Bob Dylan y en Dario Fo es de raíz distinta a la que se encierra exclusivamente en la escritura y se goza en sus páginas, sin necesitar nada más que luz y aislamiento. La literatura oral juega con el sonido y el silencio, con el ritmo y con el timbre, con el tiempo concatenado y la espera. Puede estar depositada en páginas, como lo están las partituras musicales y las obras dramáticas, pero es un estado transitorio que necesita un último eslabón para realizarse. Muchos poetas también saben de la fuerza oral de sus composiciones, y la buscan en lecturas y recitales que destapan posibilidades insospechadas en la letra impresa y durmiente. Cuántas veces una lectura de poemas ha dado vida nueva a unos versos por los que habíamos pasado una y otra vez sin advertir su fuerza. Y también lo contrario, poemas que cumplen mejor en su página, que no quieren voz añadida, o no fue acertada la que los despertó.
La literatura escrita de Bob Dylan, es decir, las letras de sus canciones si exceptuemos su novela ‘Tarántula’ y sus memorias, trepa por muchos libros que se esfuerzan en fijarla, en interpretarla, también en traducirla a otras lenguas. Muchas veces me he sentado con esos libros, pero antes o después la voz de donde surgieron se imponía a las demás fuentes, relegaba la página. Una voz que además ha ido variando sin cesar las composiciones originales hasta dejarlas nuevas e irreconocibles entre sí, haciendo de cada recital un acto pleno en el que las palabras nacen en cada momento. Palabras en las que el significante se agranda e invade la poquedad de los significados. Palabras sin cansancio, después de tantos años. Palabras que dicen lo que quiero, sin que yo sepa muy bien qué es.
(publicado en El Norte de Castilla el lunes 12 de diciembre de 2016)