En la larga trayectoria novelística de Javier Marías, quince títulos si contamos como tres independientes las partes de ‘Tu rostro mañana’, hay un vértice o quicio que marca una frontera, frontera permeable pues su escritura va y viene en alimento mutuo: ‘Negra espalda del tiempo’, publicada en 1998 y que fija lo que venían siendo rasgos tanteados y más ocasionales: mezcla imprecisa de realidad y ficción; inyecciones autobiográficas; intertextualidad con explicitación de fuentes; aporte de mapas, fotografías de objetos y lugares, retratos. Complementado con una voz que se embarca en la exploración de inquietudes con largueza desajustada a la narración. El siguiente título, ‘Tu rostro mañana’, confirmó esa tendencia en las 1.500 páginas que acumulaba. Atrás quedaban títulos más breves, tal vez más ágiles, con la aceptada cima de ‘Todas las almas’. ‘Los enamoramientos’ y ‘Así empieza lo malo’ han seguido con éxito esa línea, y llega ahora ‘Berta Isla’.
En esta novela reconocemos los temas que inquietan a Javier Marías hasta hacerle quebrar su sentimiento de que cada obra será la última: el secreto, el engaño, la traición, el azar por encima del destino o la voluntad, y como tapiz de fondo el escepticismo sobre el conocimiento del otro, y también de uno mismo. Vuelven los aires en los que le gusta respirar: Oxford y sus profesores, mitad monjes académicos, mitad soldados del imperio; espías obligados a vivir varias identidades (no muy distinto a lo que hace el escritor de ficción, al decir de Marías); las neblinas del norte y el refinamiento transparente de su Madrid. La permeabilidad de su obra permite la reaparición de algunos personajes: el hispanista y lusitanista Peter Wheeler o el agente del MI6 Bertram Tupra, y siempre con ese juego de cambios y alteraciones en sus nombres, como si fuera imposible bautizarlos de una vez para siempre. Tom se llama el protagonista, pero a la vez Tomás, y también James Rowland, y luego David Cromer-Fytton.
Pero la principal ligazón de su obra reside en el estilo propio que Javier Marías ha ido puliendo página a página, y que le constituye como voz exclusiva y única. Una voz ensimismada, exploradora, embarcada en la digresión a costa de suspender el cuento. Una escritura que no se frena ante la reiteración (“Pasaron los años y pasaron los años. Los años fueron pasando, pasando…”), que se retuerce en anacolutos y permutas de la sintaxis transparente (“No siempre lo había poseído el descontento, a su marido a la vez español e inglés, Tom o Tomás Nevinson su nombre”). Una voz que lima individualidades, que nivela tal vez en exceso la diversidad de los protagonistas y sus idiolectos. A los resultados no será ajena la mecánica de escritura de Marías, su célebre máquina de escribir anterior a la memoria digital, que le obliga a imprimir y corregir sobre papel, una y otra vez, hasta que su suma entrega un palimpsesto repleto de matices, añadidos, alusiones y repeticiones rítmicas. Un trabajo de orfebre en cada página.
Tal vez ‘Berta Isla’ sobresalga sobre novelas anteriores por la potencia expectante de su trama, por la espera de su protagonista que acaba contagiando al lector su ansiedad dilatada. Como es habitual en Marías, el primer alimento argumental no viene de su oreja callejera ni de fuentes históricas o de actualidad, sino de la propia literatura. Vuelve sobre una narración de Balzac, ‘El coronel Chabert’ ya exprimida en ‘Los enamoramientos’, y utiliza con inspiración ‘La mujer de Martin Guerre’, una olvidado obra de Janet Lewis que resucitó previamente en su editorial Reino de Redonda. Hay, cómo no, una excursión a Shakespeare por un brillante ejercicio del fingimiento que se da en ‘Enrique V’. Melville, Conrad, un nuevo homenaje a Guillermo Brown que tanto nos emociona a sus seguidores… Pero destaca sobre todo la presencia constante de los versos de ‘Little Gidding’, parte última de los ‘Cuatro cuartetos’ de T. S. Eliot. Un poema difícil que el marido de Berta Isla lee y casi memoriza por azar, y del que no se despega en las aventuras que le dominan durante años, en una convergencia de vida y versos. Toda una lección, larga y sostenida, sobre la recepción de la poesía, cuyo secreto no está en ella misma, sino en el cruce con la experiencia de vida que la acompaña y finalmente desvela.
Con todos esos mimbres, encabalgados en una trama cada vez más absorbente, Marías compone una narración que choca constantemente con las barreras del conocimiento deductivo, que deja en zona de sombra los hechos y motivos de cada individuo. Dos citas magistrales de Dickens, cerca del final, subrayan ese agujero negro de la claridad, un cráter al que las páginas dan vueltas y vueltas sin capacidad para bajar a su fondo insondable. “Para qué añadir un relato a lo que simplemente sucede”, confiesa la palabra decepcionada y melancólica de Berta Isla. La existencia se ciñe a ese estar y esperar que cifra la frase final, un discurrir azaroso sin cauce ni relevancia que agrietará el tiempo y depositará como “ceniza en la manga de un viejo”, ceniza que el viento de la vida arrastrará y olvidará, según el memorable, y por fin entendible, verso de Eliot.
(publicado en La sombra del ciprés, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 7 de octubre de 2017)