>

Blogs

Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Un suspiro que no cesa

En las últimas líneas de ‘Mi último suspiro’ Luis Buñuel deja trazado un plan para no perder el contacto con el mundo tras su fallecimiento: cada diez años se levantará de la tumba, pálido y tambaleante, se acercará a un quiosco y comprará varios periódicos para enterarse de “los desastres del mundo”, una curiosidad más fuerte aún que su “odio a la información”. Buñuel, hombre de contrastes y contradicciones, no podía sospechar entonces lo difícil que iba a ser encontrar un quiosco en los alrededores del cementerio, y ahora casi en cualquier parte. Y la creciente escasez de papel impreso. Pero tal vez le sorprendiera más el interés hacia su obra y su biografía que le devuelve sin cesar el mundo. Si en su escapada fugaz de la tumba se topase con el escaparate de una librería, contemplaría estos días la reedición de sus memorias, ‘Mi último suspiro’, y la publicación de una monumental ‘Correspondencia escogida’ a cargo de Jo Evans y Breixo Viejo. Un interés que tal vez perturbase el deseo depositado en las palabras finales: “Volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba”.
Buñuel, su cine: una isla sin escuela ni discípulos, un agujero negro del sentido. Desde el ojo inaugural que revienta el filo de una navaja en ‘El perro andaluz’, hasta la explosión final de ‘Ese oscuro objeto del deseo’ provocada por un grupo terrorista cristiano, se extiende una treintena de obras inclasificables, alimenticias unas, surrealistas otras, exclusivas todas. Y en el centro la figura de su director, escurridizo y sordo. Inaccesible para su principal colaborador de la última etapa, Jean-Claude Carrière: “Hay algo totalmente secreto, totalmente clandestino, totalmente desconocido en la personalidad misma de Buñuel, en la parte misma de donde surgió su tema principal, su manera de imaginar. Eso realmente no se puede describir, no se puede decir. Se puede hablar alrededor del trabajo y tratar de acercarse hacia el centro, pero el centro mismo queda secreto”.
Para ese circunloquio alrededor del misterio opaco de la creación vienen estupendamente las cerca de mil cartas que integran esta ‘Correspondencia escogida’. No solo por la multitud de puntos de vista, pues a las escritas por Buñuel se contraponen las de productores, actores, escritores, amigos y enemigos. También, y especialmente, porque esas cartas traen la palabra privada de la negociación, el dolor de la queja, la fiebre del anhelo, la desnudez del insulto. Lo que pierden en profundidad o extensión lo ganan en espontaneidad, en franqueza comunicativa. En esa biografía que atraviesa el pasado siglo, 1900-1983, el correo era un asunto personal encerrado en un sobre, sin la transparencia que lo disemina y espectaculariza en la actualidad digital.
Estructurada con la cronología del propio Buñuel, la correspondencia vibra en consonancia con su vida. Es inevitable reservar el brillo más cegador para las cercanías de su juventud, que nos traslada a la Residencia de Estudiantes, la generación del 27, el surrealismo, la República, entre cómplices cimeros despojados de dulzura y mito. “A Federico lo vi en Madrid, volviendo a quedar íntimos; así mi juicio te parecerá más sincero si te digo que su libro de romances [‘Romancero gitano’] me parece, y parece a las personas que han salido un poco de Sevilla, muy malo. Es una poesía que participa de lo fino y aproximadamente moderno que debe tener cualquier poeta de hoy para que guste a los Andrenios, a los Baezas y a los poetas maricones y cernudos de Sevilla”. Con Dalí (“la filfa de sus teorías y su deseo de vanguardicar con noticias frescas”) la complicidad enfría los egos hasta la ruptura final, y abre la joya en la que Dalí enumera las distintas formas de filmar “el soñado coño”. De esa relación queda también la carta insulto que dirigieron un día en que se aburrían en Cadaqués a Juan Ramón Jiménez (“su obra nos repugna profundamente por inmoral, por histérica, por cadavérica, por arbitraria. Especialmente: ¡¡MERDE!!”), y la fina respuesta del poeta a vuelta de correo (“ustedes saben de antemano que yo no puedo contestarles en esa lengua trasera que es la palabra propia de ustedes”).
Poco a poco la vida va ajustando sus dramas y cercando relaciones y anhelos. Guerra, compromiso revolucionario, exilio, penurias. Buñuel se enfría, se hace mayor, se casa con Jeanne Rucar (“¿le dijiste a tu mamá que tienes un hijo?”), logra hacerse un hueco en la industria mexicana, triunfa con ‘Los olvidados’. Las cartas se convierten en una celebración empresarial y cinéfila, aunque el esquivo cineasta lo combine con su rareza y su soledad, más alguna efusión afectiva (“Mi visita a España me conmovió profundamente”, anota en 1960). Por fin, la decadencia física que no oculta: “Estoy hecho un indecente viejo. Ya no viajo y apenas salgo de casa”, escribe a Emilio Sanz de Soto en 1982.
Al menos encontró fuerzas para, cumplidos los 80, dictar sus memorias a Jean-Claude Carrière. ‘Mi último suspiro’ tiene su aliento directo a pesar de esa ayuda literaria. En sus páginas se palpa el mundo oscuro de sus obsesiones y el feliz de sus manías: bares, enanos, hipnotismo, navajas, hormigas, sexo, y los picos del siglo XX al fondo. Un libro indispensable y mayor, inagotable en todas sus lecturas, que vuelve a crecer cuando arrima su lomo a la correspondencia que han juntado y datado admirablemente Jo Evans y Breixo Viejo.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 13 de octubre de 2018)

Temas


octubre 2018
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728
293031