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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Un pastel demasiado largo

Lo primero que dijo en el escenario del teatro Zorrilla Filip Hammar, director y guionista junto a Fredrik Wikingsson de ‘The Cake General’, es que su película no tenía nada que ver con el cortometraje que la precedió, una animación polaca de título tan estricto como sus dibujos: ‘III’. El corto de Marta Pajek jugaba con un encuentro sexual en el que los cuerpos y las plantas de las paredes se invadían hasta formar una selva tupida. “Es que es una película polaca”, insistió el director sueco, muy empeñado en precisiones geográficas. Para que nos hiciéramos una idea, comparó la localidad en que se ubica su obra, Köping, con Palencia, y la ciudad grande que se lleva la industria y la población, Västerås, con Valladolid. Y ya arrancó las primeras carcajadas, sobre todo cuando insistió en no confundir Palencia con Valencia. Se traía bien aprendido el gag.
Incluso fueron las carcajadas más fuertes de la sesión. Porque ‘The Cake General’ se presenta como una comedia sueca, choque de palabras para un año en que todo lo sueco del cine vuelve a ser Ingmar Bergman, el sombrío. Y durante la proyección hubo sonrisas, alguna risa, pero en volumen mucho menor que en la presentación. La anécdota narrativa la vivió el simpático Filip en su pueblo, en 1984. Y se empeña en reproducirla con minuciosidad y detenimiento, a lo que ayudará la ausencia de burbujas de la construcción como las que en España han cambiado la mitad de las calles, en Palencia o en Valladolid. Köping sigue teniendo ese aire soso e intemporal que sirve perfectamente para identificarlo con la vida de 1984. Para mayor verosimilitud, los maquilladores hacen un esfuerzo tremendo por imitar a los protagonistas reales, logro del que se presume con imágenes comparativas en los créditos finales. La fotografía, realmente conseguida, imita los colorines acentuados de las películas de súper 8, más una cámara en mano que subraya la mirada amateur.
Las dificultades llegan cuando la anécdota se tiene que estirar para cumplir con los cien minutos de un largometraje. Es una idea simple: para espantar el mal trago de haber sido declarado en un programa de televisión el pueblo más anodino de Suecia, la gente de Köping decide construir el pastel salado más largo del mundo. Récord Guinness. Hay un héroe central, otros que se enganchan al desafío, caídas y resurrecciones, durezas y ternuras, pero cuesta llegar al final de un pastel tan largo. El guion se apoya en un paisaje de verano azul en Suecia, con un buenismo contagioso envuelto en una música con la marcha de Abba. Una especie de Calabuch en color, sin Pepe Isbert ni el imperio austrohúngaro. Aun así el aplausómetro funcionó durante bastantes segundos.

(Punto de encuentro – Seminci 2018)

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