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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Travesías femeninas

Hay una figura retórica, la sinécdoque, que juega a intercambiar la parte con el todo. Brazo por trabajador, explica el diccionario. Sangre por cuerpo dolorido, sugiere la película ‘Yo imposible’. El pequeño grupo adolescente frente a la totalidad de la noche oscura, muestra ‘Paisaje’.
De la sinécdoque bebe ‘Yo imposible’ desde su mismo título, con esa renuncia proclamada a completar una identidad, un “yo” firme. La película, segundo largometraje de la venezolana Patricia Ortega, va entregando pistas de un problema complejo que sufre y desconoce la protagonista. Poco a poco va descubriendo su encaje sexual, intersexual, fuera de toda convención. Ariel, la joven, se enfrenta a los problemas de su cuerpo tras un estreno sexual con su novio del que sale traumatizada y temerosa. Al tiempo en su trabajo de modista conoce a otra muchacha que la atrae, y a la que se acerca indecisa. Las preguntas que lanza a la ginecóloga que la vio nacer, y a su madre que agoniza con un cáncer, van emplazándola en una identidad sexual que no la conforta ni estabiliza. Todos son dudas, remordimientos que mantienen a Ariel cabizbaja, llorosa, en una interpretación un tanto monocorde. Lo interesante de la propuesta de Patricia Ortega es el tratamiento que hace de una historia, que podría reducirse a su anécdota de rareza. Por el contrario, la directora la desborda con una estrategia no realista, que empieza por una planificación osada, con figuras muy descentradas, recortes sobre los cuerpos, desplazamiento visual de los centros de dolor. Los órganos sexuales se hacen presentes desde lo invisible. La narración se desenvuelve con osadía sobre varios tiempos encabalgados, con entradas de confesiones ante la cámara de personas que sufren por su identidad sexual. El resultado en una obra potente, personal y ambiciosa, de planos largos y ritmo lento, al que contraviene una música excesiva. “Seré quien quiera ser”, se despide la protagonista después del sufrido camino de revelaciones.
La argentina ‘Paisaje’, primer largometraje de Jimena Blanco, se embarca también en una exploración de figuras femeninas. Las protagonistas son ahora cuatro chicas en esa franja de edad entre la adolescencia y la juventud fraguada. Van a Buenos Aires a un concierto, a conocer la noche, a salir de sus casas de extrarradio. Su refugio y su defensa es el grupo, la amistad cómplice que las entrelaza. Pero una serie de circunstancias las deja en la calle vagabundas, sin orientación, hasta que amanezca y puedan volver a sus casas. De nuevo es el tratamiento el que agranda la obra. La cámara enmarca siempre hacia dentro del clan, recoge fragmentos de los cuerpos de las chicas, ensombrece el resto, lo difumina. La noche y lo diferente quedan siempre fuera de foco, pero no dejan de amenazar con sus ruidos, con su oscuridad hosca. La película es un rumor, una noche que pasa y no se ve, una exposición de la fragilidad adolescente que tiene delante la libertad, la temible libertad. En ese tránsito no importa demasiado que los diálogos apenas se oigan ni se entiendan entre el voseo argentino y el dialecto juvenil. Las chicas son la parte débil de una noche totalitaria y agresiva en la que antes o después tendrán que entrar. El todo de la sinécdoque engullirá la parte. El plano final, el único general con foco nítido, abre esa puerta futura en esta obra experimental, propia de una directora inquieta y arriesgada. Propia de Punto de Encuentro.

Punto de Encuentro – Seminci 2018

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