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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

De la muerte, de la paternidad

Punto de Encuentro – Seminci 2018

Diane visita a una prima que tiene un cáncer terminal en el córtex y está postrada en la cama. Juega con ella a las cartas, charlan, recuerdan. Coge el coche, atraviesa bosques invernales con manchas de nieve y llega a la casa de un anciano con problemas en una cadera. Nuevamente al volante a hacerse cargo de un comedor para gente necesitada. Reparte platos y sonrisas, organiza, aguanta. Por fin su coche se detiene ante la casa de su hijo, alcohólico. Intenta poner orden hasta que la discusión con su pareja la pone de nuevo en la calle.
Esos son los días de Diane. De entrega y ayuda a quien la necesita, sean familiares cercanos o seres anónimos. De caridad en caridad. A cambio recibe sonrisas, agradecimiento, pero también roces, rencillas, incomprensión. Y cansancio, mucho cansancio. Por las noches se derrumba en el sofá, en silencio, con un libro de Emily Dickinson al lado, y un cuaderno en el que ensaya poemas. Una jornada en que no puede más se para en un bar de carretera, pide una copa y baila una canción de Bob Dylan. Otra copa, y otra, y otra, hasta no poder levantarse. Al día siguiente, de nuevo en la carretera.
Kent Jones no es un recién llegado al cine. Ha hecho crítica, ha dirigido festivales. En la Seminci triunfó con su documental ‘Hitchcock/Truffaut’. Martin Scorsese, productor de ‘Diane’, le ha tenido como ayudante en varios documentales. Ahora, en la primera ficción que escribe y dirige, compone un poema estremecedor. Sobre los límites de la ayuda, sobre el desgaste sin recompensas, sobre los remordimientos que te impulsan frenéticamente a la caridad. Y sobre la muerte. La muerte que llega a pesar de los esfuerzos de Diane, la desaparición de sus tías, de su amiga, de muchos a los que ayuda. La lejanía enferma de su hijo. Diane, enfrentada constantemente a la cámara, frunce el ceño, levanta la voz, se revuelve y sigue. Qué soberbia interpretación de Mary Kay Place para esta película de interiores cálidos entre bosques oscuros y deshojados, donde la muerte no cesa y el espectador se reconoce.
La película de Kent Jones comienza “in media res”, en el centro del conflicto. Todo lo contrario que ‘Weldi’, del tunecino Mohamed Ben Attia, que demora la explosión narrativa con la exposición de un matrimonio cuyo hijo sufre de migrañas en las cercanías de sus exámenes finales de bachillerato. Pequeñas grietas de una vida familiar apacible, con Riadh como padre jubilado que no tiene más preocupación que los estudios y la vida de su hijo. Hasta que este desaparece de repente. Empieza entonces una búsqueda ciega que revela la ideología oculta del hijo. Y se abre sobre todo el núcleo central de la película, que no es otro que la modulación de la paternidad. Riadh atraviesa el desierto de su perplejidad para enfrentarse a la verdad desgarradora de que la vida de su hijo no le pertenece ni le incumbe. “Hermano, tú lo que buscas es tu propia felicidad”, sentencia en la noche de la última etapa de su viaje el anciano que le hospeda. La mirada de Riadh se oscurece definitivamente, ni siquiera sabremos si culmina su búsqueda, o se la imagina, o la sueña. Su mayor ilusión, su ingenua ilusión, se ha derrumbado. Su madurez es su vacío.
Obra oscura y mayor, que bebe de fuentes tan diversas como ‘Centauros del desierto’ de John Ford, ‘Hardcore’ de Paul Schrader, o aquella otra búsqueda que pasó por Punto de Encuentro en 2015, ‘Les Cowboys’, de Thomas Bidegain, luego estrenada como ‘Mi hija, mi hermana’ sin el éxito que se merecía. Ojalá lo tenga ahora la excelente ‘Weldi’.

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