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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Seis cuentos cortos y una historia larga

Punto de Encuentro – Seminci

Escuché cierta vez a Luis Landero el consejo, simple y profundo a la vez, de que para emprender una narración hay que tener algo que contar. Luego aflorarán mil y un problemas que pueden torcer o frustrar el proyecto, pero antes, que el núcleo narrativo esté bien delimitado. La semilla, el esquema, la columna vertebral.
Para el cortometraje cinematográfico este consejo es más perentorio todavía que en la escritura. Su semilla, su esquema, puede ser ya la totalidad. El tiempo es limitado, muy limitado, y la anécdota se tiene que ajustar a él como un guante; y viceversa. Los seis cortometrajes que compiten en ‘La noche del corto español’ se enfrentan a su desarrollo con estrategias y aciertos muy distintos. ‘Cactus’, de Alberto Gastesi, tal vez sea el que mejor rinde en sus 13 minutos: anécdota leve, pero con la suficiente ambigüedad como para ensanchar su alcance; acierto rotundo con la actuación de Kandido Uranga; manejo hábil de los sentimientos y de la empatía; y un toque final con Chavela Vargas que se sale. ‘De repente, la noche’, de Cristina Bodelón e Ignacio de Vicente es todo lo contrario. Historia muy larga, que a pesar de sus 24 minutos de duración queda deshilachada, sin madurar. ‘Gusanos de seda’, de Carlos Villafaina, sigue a un adolescente cargado de deberes familiares, con una cámara en mano que transmite bien la urgencia. ‘Kafenio Kastello’, de Miguel Ángel Jiménez, trae un recorrido inesperado por las calles de Atenas pobladas de abandono y pobreza; fragmentos de recetas económicas y análisis políticos en una noche de hogueras, sellada por una emocionante dedicatoria a Ion Arretxe, artista que nos dejó el año pasado. Gerard Vidal Cortés decide un escenario muy concreto para su ‘Tahrib’, la playa marroquí donde va a partir una patera; una reconstrucción convincente. Y todavía es más escueta María Guerra en ‘Viudas’: un velatorio ante un cadáver que se murió con la sonrisa puesta, frente a las dos parejas que tuvo. Una risa que contagia y templa.
Quien sí tiene claro lo que quiere contar es el egipcio A. B. Shawky, director y guionista de ‘Yomeddine’. Hace diez años realizó un pequeño documental sobre una colonia de leprosos en su país, y le quedó dentro el desafío de extenderlo a una ficción en la que además sus personajes expandiesen una visión distinta de la leprosería. Un proyecto que llevó adelante con enorme riesgo artístico, pues sus protagonistas no son actores profesionales, y el principal tiene su cuerpo deformado por la lepra.
El esquema narrativo es un viaje que sirve a un doble fin: buscar a los padres que abandonaron al leproso cuando era un niño, y también buscarse a sí mismo, conocerse y aceptarse. Y todo ello a través de un país destartalado, un Egipto ajeno a cualquier clave turística o exótica. El loable esfuerzo del director se dirige a los grupos humanos que se cruzan en el camino, un fascinante abanico de pícaros, integristas, ladrones, y por supuesto, hermanos de deformidad y pobreza. En esa franja solidaria de apestados se cruzan inspiraciones y complicidades de gran calado: ‘Freaks’ de Tod Browning, ‘Los olvidados’ de Luis Buñuel, ‘El hombre elefante’ de David Lynch… Obras que conseguían el difícil equilibrio entre la dignidad humana de sus seres contrahechos y la ausencia de redención salvadora. Shawky impone a veces un sabor de comedia de pícaros que pone en peligro la verdad áspera de sus criaturas, pero finalmente sale airoso con la vuelta reivindicadora a la leprosería y el basurero de sus alrededores como modo de vida.

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