Caro Diario – Seminci 2018
Hace unas semanas el fotógrafo y ensayista Joan Fontcuberta impartió un taller en la casa Cervantes con un encabezamiento muy sugerente: Posfotografía: gestionar la abundancia. Su idea era que en estos tiempos de multiplicación extrema de la fotografía, en la que parece que no queda sitio para ninguna invención, ni para ninguna atención, había que revertir esa abundancia en beneficio del arte y de los artistas. Y mostraba unos cuantos ejemplos jugosos en verdad.
En estos días seminceros se me ha venido a la cabeza varias veces aquella charla, y no por su manera renovadora de enfocar su arte, eso que él llama la posfotografía, sino por algo mucho más sencillo y básico: por su discurso optimista, por su impulso aprovechón. Hay lo que hay, y lo mejor y único que podemos plantear es revertirlo en nuestro beneficio de amantes del arte o del simple entretenimiento. Conozco varias especies de cinéfilos que reniegan de la Seminci por la oferta excesiva que despliega: si voy a los portugueses me pierdo a Mohammad Rasoulof, y si me centro en este, adiós Sección Oficial. Otros espectadores con hábito de todas las semanas se deprimen cuando forcejean en una cola para una película egipcia de la que no se sabe nada; la sombra de las salas vacías se ha enraizado en ellos. Los hay que piden en silencio cuentas a sus numerosos compañeros de butaca, por qué no apoyan al nuevo cine español o a Bruno Dumont el burlesco. En fin, están los que echan cuentas dinerarias y cálculos políticos de qué partido se beneficia de esto o qué gañán se lleva lo de más allá.
Cada uno rumiará lo que quiera en su soledad, pero la calle animada, los cines casi llenos y los bares del postorrezno invitan sin cesar a sumarse a la mascarada, hay sitio para todos. Es una semana de trampantojo cinéfilo, como hay otras de dolor pasional y religioso, de teatro en la calle, de ferias de alguna virgen. De una a otra, como en el juego de la oca, hay muchas casillas vacías y rutinarias, días grises y recogimiento casero. Busquemos la cola, nos dice Fontcuberta, y vayamos a por la egipcia. O a por la ucraniana.