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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Steinbeck, Ford: siempre saldremos adelante

Señalaba hace unas fechas Dennis Lehane en la presentación de su última novela que prefería su nuevo trabajo de guionista de series de televisión al de escritor recluido en su gabinete. “Es un buen trabajo, es más colaborativo. Te cansas de estar solo en una habitación sin gente alrededor”. En realidad él ya había iniciado antes el camino hacia Hollywood con adaptaciones de obras suyas, como el caso de la celebrada ‘Mystic River’. Y como él, tantos escritores: Stephen King, Georges R. R. Martin o Margaret Atwood. El mejor destino son las series de televisión, que no solo dan soporte social al guionista, sino dólares, muchos dólares. Tras ellos han ido siempre los escritores a los largo de la historia del cine. Basta con mirar la época dorada de los Estudios de Hollywood y su nómina de guionistas: Raymond Chandler, Dashiell Hammett, Scott Fitzgerald o William Faulkner.
John Steinbeck es uno más en esa fértil colaboración. Sus novelas fueron vertidas con rapidez a la industria del cine, deseosa de rentabilizar los millones de lectores que habían pasado por sus páginas: ‘Tortilla Flat’, que también fue obra de teatro, ‘De ratones y hombres’, ‘Se ha puesto la luna’, ‘La perla’… Steinbeck tampoco desdeñó el trabajo directo como guionista: ‘Náufragos’, de Alfred Hitchcock, le tiene en sus créditos. Y tras su estancia en México para el rodaje de ‘La perla’ escribió el argumento de ‘¡Viva Zapata!’, la celebrada película de Elia Kazan. Este director se hizo cargo de la adaptación de ‘Al este del Edén’, tal vez la novela que más apreció Steinbeck, y en la que se cruzó la fortuna de incorporar como protagonista a James Dean. Son rasgos de su época que quedan más como lastre que como vigorizante. Un buen ejemplo es la adaptación mexicana de ‘La perla’, en la que el “Indio” Fernández se inventa un México de coros y danzas sobre trajes blancos e inmaculados, imposible de reconocerse en la violenta actualidad del país.
¿Alguna película nacida de Steinbeck recorre bien los setenta u ochenta años transcurridos desde su concepción? Varias de las citadas llegan con una vejez digna que las preserva de la muerte. La maquinaria del cine clásico de Hollywood, o la impronta personal de Elia Kazan en las postrimerías de ese clasicismo las protege. Pero solo una tiene tanto brío como cuando fue escrita y luego rodada: ‘Las uvas de la ira’, larga novela de 1939 y concisa película del año siguiente dirigida por John Ford. Exigía Italo Calvino a un libro para que fuese un clásico “que nunca termine de decir lo que tiene que decir”. El libro de Steinbeck, y la película de Ford, no se agotan en su tiempo, a pesar de que se construyen sobre hechos concretos sucedidos en su país: las secuelas de la Gran Depresión, las tormentas de polvo entre 1932 y 1939 que arruinaron a los agricultores de las llanuras centrales, los cambios tecnológicos en el campo estadounidense… Sin embargo el asombro llega cuando a través de esas cuestiones reverdecen y se airean problemas de actualidad. “Esa gentuza de Oklahoma”, se oye entre quienes reciben a los agricultores que tienen que abandonar sus tierras, con un racismo miedoso que no necesita de diferencias de piel o de cultura para ejercerse. Todas las migraciones de desheredados que hoy recorren el planeta huyendo de su insoportable miseria, desde los subsaharianos que se ahogan en el Mediterráneo hasta la caravana hondureña a las puertas de Estados Unidos, están representados en esa familia de Steinbeck y Ford que vaga en una camioneta ruinosa sin encontrar tierra de acogida. “Hay gente con medio millón de hectáreas mientras otros mueren de hambre”, clama el protagonista contra la desigualdad monstruosa que no solo permanece, sino que se ha multiplicado.
Decía Italo Calvino en otra de las características distintivas de los clásicos que “un clásico no puede serte indiferente y te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizá en contraste con él”. John Ford, que trabajó sobre un guion de Nunnally Johnson bastante ajustado a la novela, encontró su personal raíz en un tiempo de nuevo lejano, pero con semejante vibración humana: “Me atraía todo. Que tratase de gente sencilla y que la historia se pareciera al hambre de Irlanda, cuando echaron a las gentes de las tierras y los dejaron vagabundear por los caminos para que se muriesen de hambre”. Sobre esa trama evocadora Ford destila toda la grandeza de su cine: los tipos capaces de resumir en un gesto, en una mirada, dramas o comedias; los paisajes abiertos siempre por conquistar; la cámara atenta y exacta hasta la transparencia; los cuerpos adustos y enflaquecidos de Henry Fonda, John Carradine o el maravilloso secundario Russell Simpson. Hombres que se configuran en la acción y que van “a sacudidas”, como los define el personaje materno de Jane Darwell, que reserva para las mujeres la fuerza y la persistencia fluyente “de un río”. Ella es de esa raza de madres que esperan y gobiernan en el interior de la casa, o en la mísera camioneta, una fortaleza femenina a la altura de la Sara Allgood en ‘¡Qué verde era mi valle!’, y a la que el director concede la proclama final: “Siempre saldremos adelante porque somos los de abajo”. Una esperanza de entonces todavía más necesaria en la actualidad.

(publicado en La sombra del ciprés el 15 de diciembre de 2018)


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