“La casa del Desván era la casa del Consistorio y estaba en el centro de la plaza del pueblo, en el corazón del Valle, sobre el antiguo solar donde un día se alzó la Torre…”. Son las palabras con las que Luis Mateo Díez dibuja en sus memorias de infancia, ‘Días del Desván’, el Ayuntamiento donde su padre ejercía de secretario y a la vez su lugar de nacimiento, en Villablino, en el leonés valle de Laciana. El libro es fuente nutricia de las primeras percepciones del niño: los hombres del monte, la nieve, el lobo, los presos, la escuela, los libros. Y en ellas se apoyará el futuro escritor para no perder el pie ni la tierra cuando las ponga al servicio de su extraordinaria capacidad de fabulación. Luis Mateo ha sabido a lo largo de su obra preservar el equilibrio entre lo real y lo fantástico, entre lo diminuto y lo universal.

Una ojeada a su amplia obra narrativa nos revela mil caras de ese delicado tejido entre lo cercano y lo abstracto. Tras unos comienzos ligados a sus vivencias leonesas, culminados con ´Las estaciones provinciales’, su mirada se eleva en ‘La fuente de la edad’ para abarcar todos los territorios sin perder el suyo. De ese forcejeo tenía que surgir una geografía propia cuya culminación es Celama, universo habitado por vivos y muertos en un tiempo arcaico que sin embargo no se aleja del nuestro. Con ‘El espíritu del Páramo, ‘La ruina del cielo’ y ‘El oscurecer’ va llenando Celama de seres anónimos y restos de culturas fenecidas. Un universo que mereció una versión escénica con Fernando Urdiales, ejecutada por el Teatro Corsario. Y a la que no era ajena la fuerte raíz oral –el filandón leonés- de las creaciones del escritor. Bien lo sabe quien haya tenido la suerte de oír a Luis Mateo poner voz a su prosa y nombrar a sus protagonistas: Jacinto Sariegos, Fermín Bustarga, Abisina Brunido…

(publicado en El Norte de Castilla el 13 de noviembre de 2020)