SEMINCI. Punto de Encuentro
En una nota al final de ‘Erasing Frank’ se da cuenta de los internamientos en centros psiquiátricos que el gobierno comunista de Hungría practicó como forma de represión ciudadana. Frank, cantante de un grupo punk, sería el ejemplo de estas atrocidades. Pero la película no se reduce a la denuncia. Su esfuerzo, colosal esfuerzo, se centra en la búsqueda de una forma y una estética adecuadas para que la obra vuele más allá de una reconstrucción histórica. Y para ello su director y guionista, el debutante Gábor Fabricius, busca el apoyo en otros cineastas húngaros.
No le queda muy lejos Lili Horvát, la ganadora de la Espiga de Oro del año pasado y miembro del Jurado Internacional en este. Su película ‘Preparativos para estar juntos un periodo de tiempo desconocido’ introducía la duda por la ambigüedad de la situación, en la que no se sabía si se estaba dentro o fuera de la cabeza del personaje. En ‘Erasing Frank’ se da una estrategia parecida, pues la perturbación que rodea al cantante no está claro de dónde procede y cuál es su dosis de realidad. Para reforzar ese temblor Fabricius decide una planificación que siempre está encima de Frank, sobre su cogote, tras su aliento. Es de la misma índole que la que hizo famoso a otro húngaro, László Nemes, cuando en el ‘El hijo de Saúl’ lograba dejar fuera de lo visible el horror de los campos de concentración. Nunca vemos con nitidez lo que rodea a Frank, lo que le apresa y perturba. Una cuidada fotografía en blanco y negro y una cámara agilísima encierran al personaje dentro de la amenaza, cortando ayudas y explicaciones. Y lo que es más relevante, obliga al espectador a atravesar el mismo suplicio de desconcierto al negarle el punto de vista distanciado del observador. Cerca, siempre cerca de Frank, aguantando su borrado de la racionalidad. ‘Erasing Frank’ es una película difícil, rigurosa y perturbadora, que tampoco esquiva la influencia de otro ilustre del cine húngaro, Béla Tarr. Y que en sus mejores momentos evoca los delirios kafkianos de ‘El proceso’ en la adaptación de Orson Welles.
Muy lejos de ese horror que se mete entre las butacas, Jonas Bak construye en ‘Wood and Water’ una película calmosa y estática. La nueva etapa de jubilación que afronta su protagonista se llena de tiempos muertos sin nada que hacer salvo esperar y contemplar. La leve anécdota de una reunión familiar provee de planos bálticos de mares y bosques, largos y cuidados pero nada fluyentes. La búsqueda de un hijo lleva luego a la jubilada a Hong Kong, y otra vez la cámara se detiene sin prisa en las torres de hormigón y las protestas que discurren entre ellas. Una película a ritmo de tai chi, soportable por su brevedad y por la belleza pacífica de su fotografía. La sesión la completó un mediometraje, ‘La campaña’, en la que se cuela la coña cubana para reírse un poco de la rigidez revolucionaria empeñada en alfabetizar a un campesino lector de Kierkegaard.