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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Miradas sobre “El Padrino”

 

El 15 de marzo de 2022 se cumplen cincuenta años del estreno de ‘El Padrino’ en Estados Unidos. Cincuenta años en los que la película se completó con otras dos partes, estrenadas  en 1974 y 1990, bajo la dirección común de Francis Ford Coppola. Su fama y prestigio no han dejado de crecer en este medio siglo.

El origen. Mario Puzo, un escritor estadounidense descendiente de italianos, había publicado en 1969 con enorme éxito de ventas su novela ‘El Padrino’. La productora Paramount Pictures compró los derechos con prontitud, y preparó su rodaje. Directores de prestigio de la época como Arthur Penn, Fred Zinnemann o Richard Brooks rondaron el proyecto, pero finalmente cayó en manos de Francis Ford Coppola, un director joven y poco experimentado. Le avalaba sobre todo el Oscar como guionista por ‘Patton’, y además tenía en común con el novelista su ascendencia italiana. El guion fue obra de ambos. Coppola tuvo continuos problemas en el rodaje con la productora, que incluso barajó la posibilidad de sustituirle por Elia Kazan. Pero la calidad de las secuencias que se iban montando convencieron por fin a la Paramount, que incluso permitió al director un montaje final de casi tres horas, inusual en aquellos años. La película triunfó inmediatamente, recibiendo entre otras distinciones tres Oscar, y aunando éxito de taquilla con respaldo de la crítica.

Tres horas mágicas. Desde hace cincuenta años el espectador queda secuestrado, casi hipnotizado, por una narración perfectamente calculada en su metraje y en sus componentes. ‘El Padrino’ es una convergencia milagrosa de aciertos, un cruce de máximo rendimiento entre todos los que participaron en su elaboración. El guion encuentra el pulso perfecto para los violentos avatares de la familia Corleone. Los actores, elegidos tras pelearse Coppola con la Paramount por su elección, alcanzan las cotas asombrosas de un Marlon Brando envejecido para dar cuerpo al patriarca Vito, o la ductilidad de Al Pacino transformando a Michael de joven inexperto en heredero implacable. Gordon Willis crea con su fotografía la oscuridad de la cámara del poder o la brutalidad indirecta de las matanzas. Nino Rota, otra fuente italiana, baña las imágenes con una música poderosa. El montaje, el vestuario, la reconstrucción del Nueva York de 1945: todos los oficios se suman en una producción tocada por la gracia.

El Padrino II y III. El éxito de la película abrió inmediatamente la posibilidad de su continuación con partes de la novela que no se habían utilizado. Coppola se distanció con el rodaje de ‘La conversación’, pero finalmente aceptó y escribió un nuevo guion con Mario Puzo. Se cumplieron sus exigencias de repetir el equipo técnico y también el artístico. Marlon Brando, que había protagonizado un buen escándalo en la recogida de su Oscar, no tenía cabida por el fallecimiento de Vito Corleone, y la falta de acuerdo con Richard Castellano dejó sin sitio al fiel Clemenza. No hubo más ausencias. Tras un rodaje complicado, Coppola ofreció un montaje de cinco horas, finalmente reducido a algo más de tres en el estreno de 1974. El éxito de crítica se repitió, no así el económico, lo que enfrió una posible continuación. Esta no se concretó hasta 1990, empujada por las enormes deudas de Coppola tras el cierre de su Estudios Zoetrope. Nuevo guion con Mario Puzo, hecho con cierta precipitación en un hotel de Las Vegas, y repetición con alguna baja del equipo técnico y artístico. Las más sensibles, la del músico Nino Rota fallecido en 1979, y la de Robert Duvall, cuyas pretensiones económicas obligaron a inventar un nuevo consigliere de la familia. El balance artístico y de taquilla de ‘El Padrino III’ fue el más pobre de la saga.

Tres películas en una. Cada una de las partes se ordena narrativamente con decisiones específicas: la defensa de la familia frente a los ataques externos e internos en la primera; el balanceo adelante y atrás en el tiempo de la segunda, que la hace retroceder a 1901 en Sicilia para rastrear la infancia dramática de Vito Corleone; la puesta al día con su época de la tercera, incluyendo en la trama la muerte de Juan Pablo I y el suicidio del banquero vaticano Roberto Calvi. Pero escarbando bajo la superficie las tres partes se preocupan de lo mismo: las relaciones de los Corleone con otros poderes de su misma calaña, o bendecidos por el Estado o la Iglesia; la supervivencia a toda costa de la organización mafiosa; la búsqueda de un heredero cuando flaquea la salud del Padrino; la violencia como cauce de negociación definitivo; la fidelidad a los de tu sangre, y solo a ellos, con Sicilia como fuente. Más que un desarrollo temporal progresivo, la saga ofrece en cada una de sus partes el retorno sobre los mismos problemas y métodos de fondo, aderezados por las circunstancias. Cada uno de los Padrinos es una vuelta, un ciclo, de una misma rueda.

Estructura común. Han caído en el olvido los montajes que intentaron reordenar las diferentes partes para una narración única. En 1992 el montador de ‘El Padrino III’, Walter Murch, se ocupó de rehacer todo el material, incluyendo algún inédito, dándole una linealidad cronológica que ya denunciaba las fechas del título, 1901-1980. También fracasaron los intentos de reconvertirla en serie, algo que en nuestros días sería difícil de frenar. ‘El Padrino’ concebido por Coppola y Puzo es lo más opuesto a esa entrega por capítulos y temporadas que reina en estos tiempos, y en la que la deriva de personajes y situaciones viene marcada por las estadísticas de espectadores. Por el contrario, las tres partes de la saga, que suman más de nueve horas de duración, son variaciones sobre un mismo conflicto engarzadas en una estructura dramática rígida y repetida. Esta, a grandes rasgos, comienza con una fiesta, sigue con un atentado al Padrino que obliga a buscarle un heredero, continúa con las pruebas que debe superar el candidato y acaba con su entronización y afirmación en la matanza final.

Rimas. El engrase entre los tres Padrinos se alimenta de detalles que viajan de una parte a otra, cohesionándolas. Puede ser la estatua de la Libertad que Vito Corleone contempla desde el barco de emigrantes, reproducida en escenarios de asesinatos o como regalo en el retorno a Sicilia. O la misteriosa premonición de atentados y muertes que siempre marcan las naranjas; en la última escena una naranja cae desde el regazo del agonizante Michael. También acaba por quedarse en la memoria un soniquete con el que la familia concluye sus negociaciones: “Le he hecho una oferta que no puede rechazar”. Pero el engrase más intenso y constante lo proporciona la música de Nino Rota, en especial su vals triste, que arranca como solo de trompeta en cada parte y luego subraya los momentos cumbre: el baile de cada Padrino con su hija, el primer asesinato de Vito, la entronización del nuevo Padrino. Es la melodía del poder.

Universo masculino. “Me he pasado la vida tratando de no ser descuidado. Las mujeres y los niños lo pueden ser, los hombres no”, dice Vito Corleone para justificar el estado permanente de alerta que practica. La familia Corleone, la parental y la mafiosa, tiene estructura piramidal. En la cúpula está el Padrino, que se reúne en cámaras oscuras con sus lugartenientes: hijos, parientes, hombres de confianza. Siempre hombres. Las mujeres solo se dejan ver en las comidas, en las fiestas, en las escenas domésticas. Pueden ser maltratadas, e incluso el maltrato se usa como anzuelo que morderá el descuidado Sonny Corleone, el hijo impulsivo que corre a salvar a su hermana de la paliza del marido y es tiroteado en una emboscada. Es cine de los años setenta al que es inútil mirar con ciertos filtros de 2022. La principal actriz femenina, Diane Keaton, da vida a Kay en las tres partes, sumisa primero, luego expulsada. Su alejamiento final de Michael dejará ver la torpeza íntima de estos hombres triunfantes en el fuego guerrero. Sacrificados los hijos y alejada la esposa, mueren en soledad.

Ética. Vito Corleone no conoció desde niño otra norma de conducta que la de imponerse al adversario por la fuerza. Matar para que no te maten. O huir. Lo único que le puede hacer libre es el verse rodeado de un ejército de sicarios que hagan respetar sus negocios. Poco a poco va labrando el sueño de abandonar los márgenes de la sociedad: “un gobernador Corleone, un senador Corleone”, suspira. Pero Michael, mucho más cerca del respeto legal, tiene la respuesta al final de la tercera parte: “Cuanto más subes, más podrido está todo”. Solo cuenta la eficacia de la defensa. Familia, poder, propiedades. La sangre es inevitable y cegadora, como en los grandes dramas de Shakespeare. Esa interpretación de ‘El Padrino’ como un discurso sobre la preservación del poder lo acerca al ensayo que razonó sobre los métodos para mantenerlo en la Florencia del siglo XVI, ‘El Príncipe’, de Nicolás Maquiavelo: “Un hombre que quiera hacer en todos los puntos profesión de bueno, labrará necesariamente su ruina entre tantos que no lo son”.

(publicado en La sombra del ciprés el 25 de febrero de 2022)

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