Pocos cineastas han atravesado su tiempo histórico con la intensidad de Rainer Werner Fassbinder (1945-1982). Dirigió más de cuarenta largometrajes en apenas quince años, también series de televisión, sin abandonar nunca sus orígenes de director teatral. Atendió la actualidad política en aquellos años convulsos en Alemania, con atentados en la Olimpiada de Múnich o la siniestra muerte en la cárcel de la Facción del Ejército Rojo. Exprimió su vida en rodajes desaforados estimulado por el alcohol y las drogas, vivió públicamente una sexualidad inestable, no dejó nunca la provocación. Y sin embargo, tras su muerte a los 37 años, fue prontamente postergado, y a 40 años de su desaparición su nombre dice poco a las nuevas generaciones. “Nunca hice una obra maestra”, se lamenta en la película proyectada en Cinhomo. Tal vez esa falta de un título emblemático, junto con su absoluta incomodidad como personaje, explique algo su olvido.
‘Enfant terrible’, dirigida por Oskar Roehler en 2020, afronta el difícil retrato de Fassbinder. ¿El cineasta, el agitador, el devorador de sí mismo? La película prescinde de cualquier reconstrucción realista y tampoco pretende abarcar su biografía. Su estética participa de la del retratado: de sus orígenes teatrales, de su devoción por Bertolt Brecht y su teoría del distanciamiento. La puesta en escena parte siempre de un decorado teatral, con un grupo de actores que encadenan escenas como si estuvieran en una representación permanente. Se suceden las películas, los conflictos, los excesos, sin que abandonemos las tablas de un mismo escenario. Una elección arriesgada que repite en demasía los recursos y empobrece la parafernalia de los rodajes que urdió Fassbinder. ‘Enfant terrible’ no le devolverá casi nada de la fama y el prestigio que tuvo en vida, en su vertiginosa vida.
De la infrecuente Georgia llega ‘Comets’, una película breve en la que Tamar Shavgulidze explora con audacia un estilo propio. Largos planos fijos en los que los silencios se alternan con diálogos de pocas y precisas palabras. Sugerencias, miradas, tiempos muertos. Todo sucede en el jardín de una casa de verano con dos tiempos entreverados. Un presente de ligereza doméstica roto por la llegada de una visita dispuesta a abrir recuerdos y heridas. Y un pasado adolescente con dos jóvenes que viven un amor no tolerado en el mismo jardín del reencuentro. El espectador tiene que concentrarse en los detalles que pespuntean la quietud: los versos declamados de Sylvia Plath, el nombre de Irina que se duplica en hija y amante, el marido que tal vez se quitó la vida. Una obra sutil con un final que abandona el jardín hacia otra narración de difícil encaje con todo lo anterior.
(festival Cinhomo)