“El apego”, de Valentín Javier Diment.
“Los fuertes”, de Omar Zúñiga Hidalgo.
“¡Vaya guiso!”, exclamó una espectadora al acabar ‘El apego’. Y, efectivamente, la película argentina cocina ingredientes llamativos de difícil conciliación, una olla podrida sin receta previa. El “suspense gótico” que prometía el dossier de prensa venía servido por una poderosa fotografía en blanco y negro, que en el tercio final estalla en colores rutilantes. Añádanse unos personajes llenos de oquedades y secretos, un montaje regado con diversas sangres y, cómo no, una explicación psicoanalítica del conflicto tan esperable en boca argentina. Más luego la sazón del guiso: la sal de la ironía, la pimienta de los sustos y el vinagre de los actores, con esos rostros desbocados por el gran angular, especialmente acertado en la jeta pajarera de la ginecóloga, una espléndida Lola Berthet. Una sesión en la que el Cinhomo nos alivió de los habituales dramas de seres desencajados del mundo, de sensibilidades nacidas para sufrir. El guiso dirigido por Valentín Javier Diment se engulle sin mirar el reloj del aburrimiento, marcado por una cadena de sorpresas bien medidas y un postre lleno de guiños. Siguió una digestión suave, sin grandes profundidades en la sobremesa, pero haciendo apetito para la cena, que el Cinhomo no para.
“Quería ir hacia el mar. Y contar una historia sobre hombres inseguros”. Algo así puso el presentador de ‘Los fuertes’ en boca de su director, Omar Zúñiga Hidalgo. El mar del sur de Chile, en Valdivia, comparece pronto en una escena fascinante de aparejos de pesca en la luz de un amanecer helador. Pero el mar también se carga con el azúcar de cielos rojizos o costas idílicas. Parecido balance de aciertos y edulcorantes arrastra el amor entre dos muchachos de profesiones divergentes, la pesca y la arquitectura. La dificultad de abrirse al otro, de entender la diferencia, se mitiga en exceso con las caricias reiteradas en la intimidad de los cuerpos, entre frases de mala dicción chilena para castigo de oídos castellanos. Los celos o el rechazo social apenas si tensan la narración, condenada a una temperatura dramática casi tan baja como la del mar austral.
(festival Cinhomo)