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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

El filandón

Seminci. Caro Diario.

Guardé durante muchos años en mi memoria afectiva y cinéfila el plano inicial de “El filandón”, desde su estreno en 1984. Es una toma casi cenital de un valle sin apenas vestigios humanos, solo una ermita y una difusa construcción al fondo. Un valle silencioso y aislado que concentra el encanto de la montaña leonesa, cuna de los ríos que luego bajarán alegres hacia el Duero y frontera de precipicios con Asturias. Por fin, el verano pasado logré llegar hasta él, en una excursión ciclista con tramo final a pie en la que remonté Las Omañas leonesas, me desvié por el cauce de río Vallegordo hasta Fasgar y finalmente subí la collada de Santiago, cerca de donde la cámara de Chema Sarmiento buscó su emplazamiento para el encuadre en picado. Cómo estarán hoy, tocadas por el otoño y sus colores efímeros, las laderas de ese valle.

En la película acuden cinco escritores a la ermita de Santiago en el fondo del valle, cinco contadores de historias con las que se enhebra el guion. Han pasado casi cuarenta años que no envejecen el resultado, más bien le dotan de renovado valor narrativo y también antropológico. El filandón leonés, trasplantable a cualquier sociedad con raíces rurales, es la cristalización del relato oral que antecedió a toda literatura. Cuentos divertidos, o sanadores, o misteriosos, o todo a la vez. Lo pasaron muy bien en el rodaje por aquellos lugares remotos. “Patatas guisadas sin el duelo de la sal, fabada con más chorizo que fabes, y los bronquios a unos grados bajo cero. Este oficio me va”, anotó el gran Antonio Pereira.

Esta noche del lunes recibirá Chema Sarmiento su Espiga de Honor y se volverá a proyectar “El filandón”. Y de nuevo la cámara pajareará por aquel valle de silencio y bruma.

 

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