Seminci. Caro Diario.
Señalaba hace unos días Victoria M. Niño en el cuadernillo semincero la utilización de drones en las escenas alpinas de “Las ocho montañas”, y cómo con esos artefactos se han logrado fotografiar paisajes de difícil acceso. En la virtud también se esconde el vicio: estos artilugios voladores que facilitan vistas imposibles o barridos vertiginosos pueden traer la impostura, la artificiosidad, el pecado. Hoy el Caro Diario se pone la sotana.
Entre las frases de Jean-Luc Godard que más han circulado sobresalía aquella de “un travelling es una cuestión de moral”. La polémica parece que se originó en su día con una toma de un cadáver en un campo de concentración, lugar espinoso donde los haya. Pero la moral también puede cruzarse en una inocente ladera alpina sobrevolada con un dron. Desde que las tomas aéreas de las marismas en “La isla mínima” los puso de moda, muchas películas lucen paisaje con la cámara por las alturas.
¿Y la moral? La moral, la ética. Lo que se debe hacer y lo que no se debe. La cámara de cine se mueve cada vez con más facilidad, por su ligereza y por la osadía de los directores de fotografía. Pero hay un principio que debe regir esos movimientos: el servicio a la mirada del espectador. La cámara nos invita a observar desde un lugar privilegiado, a participar como un actor más con la prebenda de que nadie nos mirará ni interpelará. La cámara a la altura de los ojos, rezaba un viejo mandato de Hollywood. Pero si nos suben a los cielos, donde solo se aloja el dios del lugar, nuestro papel de fisgón invisible se violenta absolutamente. Será bonita la toma, pero nada pintamos en la lejanía de las nubes. Infracción de la moral cinematográfica. Pecado.