Seminci. Punto de Encuentro.
Estamos en 2011, en algún lugar del País Vasco. ETA anuncia el cese definitivo de la lucha armada. Una joven es ayudada por varios vecinos en su huida hacia la frontera francesa. Finalmente fracasa la operación de acercamiento y la joven se refugia en un caserío de un pastor aislado en el monte. Poco más hay que contar de la línea argumental de ‘Negu hurbilak’. Alguna noticia que llega por la radio de jóvenes con problemas con la Ertzaintza. Conversaciones de monosílabos entre la chica y el pastor. Planos lentísimos de miradas a través de una ventana, de movimientos del rebaño de ovejas, del paso de las nubes por el valle. Y un final inesperado de un carnaval rural con máscaras feroces en el pueblo donde está refugiada la chica. ¿Una película política? Es el único encaje posible a una narración dominada por el silencio y la quietud. O por el vacío y el aburrimiento. En cualquier caso parece clara la voluntad del colectivo Negu de dibujar una sociedad rural aterida y callada en esos días del final de ETA, una sociedad que ha enmudecido, no se sabe por qué. O sí se sabe, pero ese contenido debe aportarlo el espectador en sus cavilaciones personales. ¿Es ese el mensaje social e ideológico que, doce años después del final de la lucha armada etarra, ofrece este colectivo de graduados de la ESCAC? Cualquier obra persigue la comunicación con el público, pero esta parece refugiarse en sus claves privadas, lo que determina un discurso sin apenas receptores. El resultado es el tedio.
Para rematar Punto de Encuentro, dos obras totalmente contrapuestas. ‘Hoard’, ópera prima de Luna Carmoon, parte de una familia formada por una madre y una hija pequeña que viven en Londres al borde del síndrome de Diógenes. Para ellas ese entorno doméstico saturado de objetos y rituales es el marco de su amor, un amor cerrado que las va aislando de la sociedad. La muerte accidental de la madre abre un salto en el tiempo que nos devuelve a la niña convertida en adolescente en una familia de adopción. Pero lo vivido en la infancia reaparece en complicidad con otro acogido en la familia, con el que va montando una relación destructiva. Heridas deliberadas, comidas de residuos, disparates de basuras y olores fétidos. La locura va creciendo hasta casi deshacer las vidas de estos jóvenes y la digestión de los espectadores. En dónde buscaría el alimento para estas ideas su directora, maestra por otra parte en la abigarrada puesta en escena y en la dirección de actores.
Por fortuna la sección se cerró con ‘Sirocco y el reino de los vientos’, una delicia de animación francesa con todos los componentes habituales de los cuentos maravillosos: duplicidad de mundos, claves para transitar de uno a otro, debilidad tierna del poderoso Sirocco, un ser hecho de aire. Más el sentido del humor, claro. Y servido en una pantalla espectacular de colorido y acción. El director, Benoît Chieux, preguntó en la presentación si había algún niño en la sala de menos de diez años. Alguien levantó la mano, y Benoît le dijo: “He hecho la película para ti”.