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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Ganas de molestar

Seminci. Punto de Encuentro.

Corre por ahí un mandato para los estudiantes de carreras artísticas: tras finalizar los estudios, hay que desaprender lo aprendido. Quitarse de encima la costra académica, dejar que fluya la libertad creadora, maltrecha tras el martilleo de las enseñanzas.

Sara Summa, directora francesa formada en varios países y residente en Berlín, tal vez esté dando vida a ese mandato libertario en su primer largometraje, ‘Arthur&Diana’. Olvido de cursos sobre la construcción de un guion: coherencia de los personajes, causalidad entre secuencias, no dejar cabos sueltos. Disolución de la puesta en escena: reglas del raccord, plano y contraplano. Sonorización, transparencia del montaje…, todo lo desaprende Sara Summa en esta película, a todo le da la vuelta en su loco recorrido por varios países europeos a bordo de un viejo Renault en pos de no se sabe qué. Como ella es Diana en la película, y Arthur es su hermano Robin, y su hijo es el pequeño Lupo que tanto incordia (y que entra y sale de cuadro cuando le da la gana), la autora habla de que ha hecho una autoficción. Pero sobre todo ha montado una road movie (una más en la Seminci) en la que es inútil hacerse preguntas sobre qué fue de aquel personaje, quién es el muerto en el entierro o en qué país están montando esa fiesta. Para ello el espectador también tendrá que desaprender y despojarse de sus anhelos de coherencia narrativa, lo que tal vez sea mucho pedir. A cambio se le entrega, además de los fragmentos sin coser, una planificación repleta de insertos y capturas de paisajes, un sonido que se independiza de las imágenes, y una fotografía de textura muy atractiva basada en un rodaje con cámaras Betacam de vídeo de los noventa y celuloide de 16 mm.  Y ganas de molestar, que cantaría Rosendo.

Soda Jerk es una asociación de dos chicas australianas, Dan y Dominique Angeloro, instaladas en Nueva York desde 2012. En ‘Hello Dankness’ deciden contar, o reflejar, lo que pasó en Estados Unidos en la era Trump, en un barrio cualquiera de casas individuales y césped aburrido. Su método: nada de creación o ficción. Ni siquiera labor documental. Las imágenes ya existen en demasía: en la televisión, en la publicidad, en toda la historia del cine. Con las posibilidades digitales actuales esos materiales multiplican su cintura a base de fusiones, reciclajes, montajes dentro y fuera del cuadro, juegos con la banda sonora. Solo hace falta imaginación y, claro, saber a dónde se va con toda esa sopa de imágenes. Que el triunfo de Trump provoque un cataclismo semejante a ‘La noche de los muertos vivientes’ puede tener su gracia. O la lectura de la pandemia en clave de películas de serie B. Los guiños son continuos, en tanta cantidad que mejor se renuncia a pillarlos todos. Al final Donald Trump se reduce a su caricatura de “Hombre naranja malo” y queda la sensación de que el torrente de imágenes y sonidos no es más que un pasable programa de humor sobre una época que todavía amenaza. Los créditos, que no dejan cita sin apuntar, son interminables.

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