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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Biblias y béisbol

Seminci-Punto de Encuentro

Hay rostros que se quedan colgados para siempre de un personaje. Con esa rémora sigue luchando Jesse Eisenberg, la cara pública de Mark Zuckerberg en ‘La red social’. Hace tantos años de ello como para que los espectadores de entonces viéramos a las redes y al propio Zuckerberg como juegos sin peligros. Ay, la que cayó después. Eisenberg ha ido desarrollando una carrera de autor teatral en paralelo a la de actor. En su segundo largo, ‘A Real Pain’, se ocupa del guion, de la interpretación y de la dirección.

La verbosidad se hace patente desde el primer diálogo. Palabras sin freno, cruce de jergas, lenguas afiladas. Detrás de ese torrente se esconde una historia que suena a raíz familiar agazapada: la visita de dos primos hermanos que viven en Nueva York a los escenarios polacos en los que la abuela judía sobrevivió a los campos de concentración. “¿Te das cuenta de que viviríamos aquí si no hubiera habido guerra?”, comentan, mientas pasean por Varsovia. La hondura sentimental de la visita se envuelve en el grupo turístico que les acompaña, lo que se presta a un doble juego: la protección ante la previsible conmoción que les espera, pero también la mirada transparente que apenas roza los lugares por los que pasan con rapidez. ¿Una crítica al turismo desenfrenado que nos rodea y entretiene? Tal vez. ‘A Real Pain’ se digiere con una facilidad que abre la sospecha de que las muchas potencialidades del regreso de los protagonistas a los ancestros judíos no se explotan a fondo. El tono de comedia dificulta la excavación, aunque en medio de esta objeción se enciende el recuerdo de Woody Allen como ejemplo contrario y positivo. Por cierto, ¿qué habría hecho Woody Allen con esta historia de judíos neoyorquinos y parlanchines?

Si la Biblia –judía, cristiana o protestante- sigue siendo un pilar indiscutible de los Estados Unidos, el béisbol es otro, a lo que parece tras visionar ‘Eephus’. Su director, Carson Lund, preguntó antes de la proyección cuántos espectadores conocían las reglas de ese juego. Un par de manos se levantaron tímidamente en la sala. “Pero no hace falta saber sus reglas para seguir esta película”, afirmó Lund con seguridad y una pizca de entusiasmo. Bueno. La acción de ‘Eephus’ se desarrolla en un campo de béisbol durante un día y parte de la noche. Es el último partido: en el solar se va a construir una escuela. Un grupo de veteranos se reúne tras la rutina de la mañana del domingo. La cámara se esfuerza en perseguir diálogos y complicidades, fragmentos del juego y refrigerios con cerveza, mientras la jornada avanza y la luz va decreciendo. Incluso llega la noche y el partido, o lo que sea, continúa a la luz de los faros de los coches. Pero sin entender de qué va la competición es imposible saborear las disputas, los comentarios, la melancolía del cierre o el dichoso eephus que forma parte de la jerga del béisbol. Parece ser que un partido puede prolongarse indefinidamente, aseguraba Lund. Menos mal que el cinematógrafo tiene otras reglas desde los Lumière, y una de ellas es que, por fortuna, el metraje se acaba siempre.

(publicado en El Norte de Catilla el 23 de octubre de 2024)

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