Ya han transcurrido más de veinte años desde que Víctor Erice estrenara su tercer y último largometraje, ‘El sol del membrillo’. A primera vista es el saldo de un cineasta inactivo y una carrera paralizada o acabada. Pero un acercamiento más atento a su quehacer nos depara la sorpresa de una producción viva, en marcha, aunque eso sí, ajena a la exhibición tradicional. Una producción que se ha hecho, si cabe, más personal, liberada de ataduras de duración y de equipos poblados y jerarquizados. El cineasta y su cámara, poco más…
Un proyecto atraviesa sus últimos años: ‘Memoria y sueño’, una serie documental sobre las películas y los directores que le han marcado. Lo rueda libremente, aprovechando viajes que le acercan a la geografía de esas películas. En 2009 se pudieron ver en el British Film Institute las dos primeras entregas, dedicadas a ‘Roma, ciudad abierta’, y a ‘L’espoir’. Y están en marcha capítulos dedicados a ‘Le mépris’ de Godard, al Nápoles que acogió ‘Viaje en Italia’ de Rossellini, también a Kenji Mizoguchi.
Cine y geografía, ficción y memoria. De ese cruce salió su primera película, con la imagen de Frankenstein y la niña contemplada desde el frío de 1940. También sus últimas empresas beben de la misma fuente. En 2002 participó en la película colectiva ‘Ten Minutes Older: The Trumpet’ con la exquisita ‘Alumbramiento’, un hondo poema de diez minutos en el que asienta la llegada de un niño en una abstracta atmósfera rural sobre una fecha precisa, coincidente con el nacimiento del propio cineasta. Memoria remota solo al alcance del arte. En 2011 colabora en un largometraje sobre la catástrofe de Fukushima con ‘Ana, tres minutos’, en la que vuelve a trenzar el cine de ‘Hiroshima mon amour’ con el compromiso interior: “Tengo la sensación de que los muertos nos miran, interrogándonos en silencio”, dice a través de la voz y los ojos de Ana Torrent.
El registro para combatir la fugacidad estaba en el origen de “El sol del membrillo”, y con ese impulso montó en 2006 el insólito intercambio de cartas cinematográficas con Abbas Kiarostami, exhibido en museos bajo el título de ‘Correspondencias’, y acompañado del mediometraje ‘La MorteRouge’, una nueva reflexión sobre las primeras sensaciones artísticas de la infancia ceñida a la película ‘La garra escarlata’ que contempló con su hermana en San Sebastián con muy pocos años.
Su último trabajo es un documental encargado por la ciudad portuguesa de Guimaraes con ocasión de su capitalidad cultural europea en 2012, un proyecto en el que también han participado Manoel de Oliveira, Pedro Costa y Aki Kaurismäki. ‘Vidros partidos’ indaga en la memoria de una enorme fábrica de tejidos, centro de trabajo de la región durante más de cien años y por fin cerrado cuando no se pudo competir con las nuevas factorías asiáticas. Erice parte, cómo no, de una imagen: una enorme fotografía que quedó olvidada presidiendo una de las naves, y en la que cientos de trabajadores interrogan a la cámara. “Una intuición: todos habían muerto”, declara el cineasta, y con el ojo y el oído atentos lanza su cámara en busca de la vibración personal e íntima de los antiguos trabajadores que abra en el espectador el misterio del reconocimiento y el vértigo de la emoción.
(publicado en La sombra del ciprés el sábado 8 de junio de 2013)