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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Charlot cumple 100 años

Antes de ponerse delante de una cámara de cine, Charles Chaplin contaba con una amplia experiencia actoral a pesar de sus veintipocos años. Nacido en Londres en 1889, se ha contado muchas veces su infancia solitaria, con un padre alcoholizado que muere pronto y una madre con problemas mentales. Su tocayo Dickens podría haberse inspirado perfectamente para alguna de sus historias en ese golfillo que se buscó la vida en mil oficios antes de recalar en el mundo teatral y del music-hall que ya había explorado en la cercanía de sus padres. No le fue mal en el nuevo trabajo, pues con poco más de catorce años ya andaba de gira por todo el Reino Unido, y cuando fichó por la potente compañía de Fred Karno, saltó a París y luego a Estados Unidos. En su segunda gira por este país su mayor éxito lo conseguía con la interpretación de un borracho, y dio la casualidad que en su actuación en Los Ángeles con ese papel tuvo entre el público a gente de la industria del cine. Entre ellos a Mack Sennett, el patrón de la productora Keystone, que acudió a la sesión acompañado de su estrella Mabel Normand. Curiosamente, también Buster Keaton deja en sus recuerdos el registro de esa actuación. Así que los siguientes pasos vinieron dados: la Keystone, que veía cómo su figura más conocida, Ford Sterling, fichaba por otra productora, mandó un telegrama a ese cómico cuyo nombre recordaba con dificultad, citándole en la oficina de sus abogados de Nueva York, y Chaplin acudió creyendo que el aviso tenía que ver con la herencia de una tía lejana. El cambio de fortuna no le convenció demasiado: es verdad que la Keystone le ofrecía 150 dólares a la semana, el doble de lo que ganaba en el teatro, pero el cine era todavía una incógnita sin distinción, y además a Chaplin no le gustaban las persecuciones ni las tartas de crema en la cara. Tampoco el plan de rodaje de Mack Sennett le atrajo: “No tenemos argumento. Partimos de una idea y luego seguimos el desarrollo natural de los acontecimientos”. Pero fuera por el dinero, o por la expectación de lo desconocido, Chaplin firmó el contrato y en diciembre de 1913 se instaló en Los Ángeles.

Según cuenta en su autobiografía, la llegada al plató le descubrió una forma de actuar completamente distinta: “No tenía yo idea de que las películas se hicieran de aquella forma: a trozos”. Además de la actuación discontinua, tuvo que aclimatarse a la presencia mandona de la cámara y también al régimen de improvisación que gobernaba Mack Sennett. Este, que recelaba de su nuevo fichaje cuando cara a cara descubrió que era mucho más joven de lo que aparentaba en la escena –hace cien años la madurez cotizaba mucho más que la juventud-, le encargó por fin un papel junto a Mabel Normand. Ponte el disfraz que quieras, le debieron decir, y a Chaplin se le ocurrió buscar ropa que no fuera de su talla.: encontró unos pantalones amplios, una levita muy ceñida, unos zapatones en los que embutió unos improvisados pies planos, y sobre la cabeza un sombrero de copa que tal vez su inconsciente trasladó desde su admiración al cómico francés Max Linder. En la cara compuso un gesto fastidioso alrededor de un monóculo, y para disimular sus pocos años, un feo bigote con puntas chinescas hacia abajo. Rodó en un santiamén ‘Making a living’, titulada en castellano ‘Charlot periodista’. Pero apenas si hay algo de Charlot en ella, salvo un cuerpo distinto, cimbreante, sobre el que vive un personaje sin conexión con el que luego parirá: belicoso, trapacero, empeñado en conseguir novia y trabajo a base de engaños.

En el mundo vertiginoso de la Keystone se estrena inmediatamente, el 2 de febrero, pero Chaplin está ya metido en un nuevo proyecto: unas carreras de coches para niños en una localidad cercana, Venice, son el marco elegido para que los cómicos de la Keystone improvisen una historia mínima de disputas y golpes entre fintas a los coches, más el concurso involuntario del público que se agolpa para ver las carreras. Chaplin le da un empujón a su vestuario: una chaqueta desgastada de dandy sobre un chaleco de rayas, pantalón algo corto y holgado, zapatones y un bombín algo pequeño para su cabeza, más un bastón flexible que acentúa sus contradicciones de vagabundo con porte aristocrático. En el labio se pone un corto bigote trapezoidal, y sobre ese aspecto extraño el director monta el argumento: el vagabundo no tiene sitio en la carrera, no sabe dónde ponerse y estorba a los periodistas y cámaras que la quieren rodar. Una y otra vez es empujado, golpeado, echado a patadas, pero el cómico de cuerpo de chicle recupera la compostura, se sacude el polvo y vuelve a estar en medio de la imagen y de la carrera, mientras el público se fija en él y ríe cada vez más su tozudez traviesa.

Charlot ha nacido. Y lo hace con una insistencia que, vista 100 años después, es la mejor metáfora de su carrera y de su genialidad, pues nadie logra expulsarle de la pantalla. Tras los empujones entra una y otra vez con su personaje indestructible, y en las últimas imágenes se adueña totalmente del cuadro con un insólito primer plano de su cara gesticulando, exhibiendo sus poderes. ‘Kid Auto Races at Venice’ (traducida como ‘Carreras sofocantes’) se estrena el 7 de febrero de 1914. Ya todo va rápido e imparable. En su tercera película, ‘Mabel’s Strange’ (‘Aventuras extraordinarias de Mabel’), pule sus rutinas corporales: el saludo repetido con el sombrero, la patada hacia atrás, la frenada de pies de pato… El éxito le da bríos para reclamar poderes, y sin tiempo de darse cuenta de que está labrando el icono cinematográfico del siglo, diseña sus gag, inventa argumentos, y cuando lleva una docena de películas (duraban un promedio de doce o quince minutos cada una) asume su dirección.

Es una carrera vertiginosa, pues en poco más de diez meses rueda un total de treinta y cinco filmes de calidad creciente, con un personaje completamente pulido en sus acciones, aunque todavía necesitado de una mayor hondura de carácter. La rudimentaria y poco ambiciosa Keystone ya no le sirve. A final del 1914 firma un contrato con la productora Essanay por una cantidad fabulosa, una ficha de 10.000 dólares más un sueldo semanal de 1.250. Chaplin insufla a su vagabundo el aura definitiva de soledad y extranjería, aumenta su ternura y su sentimentalismo –la lágrima cerca de la risa- y con una serie inaudita de obras maestras le deposita en un universo artístico ajeno a los avatares del tiempo y sus efectos, aunque hayan pasado cien años.

(publicada el 8 de febrero de 2014 en La sombra del ciprés, a los 100 años y un día del nacimiento de Charlot)

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