Para un lector que no ejerza en la lengua francesa Paul-Louis Courier es un perfecto desconocido; pues el volumen que de él se tradujo al castellano en el siglo XIX, o alguno de los panfletos políticos que llegaron a la Revista de Occidente en 1936, son inencontrables desde hace bastantes décadas. Sin embargo en el país vecino Courier es un escritor admirado y difundido, al menos desde que su contemporáneo Stendhal le considerara el hombre más inteligente de su tiempo. Fuera del ámbito galo es manifiesta la devoción de Leonardo Sciascia. Y seguramente tras esta selección de cartas que integran ‘Todo ha cambiado’, su presencia en el ámbito español crecerá.
Paul-Louis Courier (1772-1825) fue un hombre de su tiempo, un tiempo ciertamente vertiginoso, bien aludido en el título. Los años posteriores a la Revolución y al Terror, los de su infancia y adolescencia, se abrieron a la expansión napoleónica que puso patas arriba el mapa político e ideológico de la vieja Europa. Al escritor le tocó vivir en medio del torbellino, pues desde su juventud y hasta los 37 años fue un militar de carrera de un ejército embarcado permanentemente en guerras e invasiones. Sin embargo la vocación profunda de Courier era el estudio de las lenguas y la cultura grecolatina, pero la presión de su padre por llevarle hacia la ingeniería hizo que siguiera a un profesor suyo al que habían admitido en la Escuela de Artillería de Châlons, y acabase por enrolarse como aspirante. Una vez que se hubo graduado comenzó una sucesión de destinos que le permitieron conocer y amar a Italia hasta considerarla su patria (“La patria está allí donde uno se encuentre bien, y si mi felicidad se halla en Roma, está claro que soy romano”). Allí desplegó su gusto por el mundo clásico, lamentando la rapiña y destrucción que llegaba con la invasión francesa (“Dígales a los que quieran ver Roma que se den prisa; pues día a día el hierro del soldado y la garra del agente francés marchitan sus bellezas naturales; y la despojan de sus galas”), y trató de franquear cuantas bibliotecas se encontraba. Tan pronto le hallamos en amistad con el abate Marini, experto vaticano en inscripciones funerarias, como encerrándose en la surtida biblioteca del marqués de Tacconi, un noble napolitano que gastaba mucho de su fortuna fraudulenta –fue condenado a galeras por fabricar billetes falsos- en la adquisición de volúmenes que decoraban sus paredes sin que jamás abriera ninguno.
‘Todo ha cambiado’, que lleva el sugerente subtítulo de ‘Recuerdos italianos hacia 1800’, se nutre de cartas que Courier envió a familiares y amigos entre 1787 y 1814. El lastre que podía acumular un ensarte epistolar –reiteraciones, asuntos privados, retóricas varias-, queda totalmente disuelto en la apasionantes inmediatez de las situaciones en que se ve envuelto Courier, y de las que da cuenta sin remilgos ni filtros. La guerra va mostrando poco a poco su horrenda faz (“Debemos de haber matado a unos doce o quince mil napolitanos, los demás corren…”), junto con el saqueo implacable de personas y propiedades (“¿Y aún me pregunta a qué se dedica un comandante en plaza? Si es joven, busca mujeres; si es viejo, amasa dinero. Lo normal es hacer ambas cosas: la guerra no se hace por ninguna otra razón”). Un mundo masculino, feroz y mortal, del que Courier sale indemne de milagro, campaña tras campaña, mientras cada noche intenta avanzar en su traducción de Jenofonte y en sus lecturas de clásicos que la guerra finalmente se lleva: “He perdido ocho caballos, mis trajes, mi ropa blanca, mi gabán, mis armas y mi dinero. Y solo lamento la pérdida de mi Homero; por recuperarlo renunciaría a la única camisa que aún me queda”. Cuesta imaginar desde nuestra cotidianeidad tan resguardada a un militar desencantado y hambriento volcado en una escritura elaborada sobre un tapiz de antigüedad que aflora en el perfume de los párrafos y en una torrentera de citas perfectamente localizadas en las notas. Y con la carrera de las armas abandonada se descuelga el misántropo que da vueltas a la cita de Diógenes Laercio, “Amigos míos, ya no hay amigos”.
Un libro de esta amena intensidad solo es posible si cuenta además con atención fervorosa en traducción y edición. Paula Olmos no deja ningún cabo suelto en las cartas que selecciona y vierte al castellano, a las que añade contextos explicativos y notas finales. Y en la edición, con el cuidado habitual que Mauricio Jalón despliega en cuatro.ediciones, brilla la reproducción del manuscrito que Courier emborronó accidentalmente cuando cotejaba traducciones de ‘Dafnis y Cloe’ del sofista Longo en una biblioteca de Florencia, borrón que estuvo a punto de provocar un serio incidente diplomático. Enhorabuena a todos, con alcance a los lectores que quieran pisar con sus ojos la Italia ensangrentada y hermosa de 1800.
(publicado en La sombra del ciprés el 28 de junio de 2014)