La obra de Bernard Noël (Sainte-Geneviève-sur-Argence, 1930) se ha difundido a cuentagotas en nuestro país. Centrada sobre todo en la poesía, pero extendida también a la narrativa, al ensayo y a la interpretación pictórica, cuenta entre sus traductores y editores más empeñados a Miguel Casado y Olvido García Valdés, que ya en 1991 publicaron en Valladolid su segundo libro de poesía, ‘La cara del silencio’, con traducción de Roberto San Geroteo. En los últimos años han vertido al español ‘El resto del viaje, y otros poemas’, y ahora Miguel Casado ha traducido ‘Diario de la mirada’ para Libros de la resistencia, otra trinchera poética. En el medio, algunas recopilaciones sudamericanas de difícil acceso, y una aproximación de José Ángel Valente, ‘La sombra del doble’.
En ‘Diario de una mirada’ Bernard Noël reúne un conjunto de anotaciones de estructura cercana al aforismo datadas entre 1970 y 1983, línea a línea, año a año. El título parece apuntar al paisaje cambiante extendido ante los ojos, imágenes que podrían capturarse en dibujos o fotografías. Pero ninguna imagen se desliza por las páginas del libro. ¿Hará entonces el poeta pintura y registro de lo visible con las palabras de su lengua? Nueva negativa. Hay que tomarse el título con literalidad: el sujeto de observación es la propia mirada, el trabajo de los ojos, y sin ningún complemento directo, indirecto o circunstancial. Lo que se mira, ese rincón particular del mundo, no interesa al escritor. Es la mirada enfatizada y congelada el centro absoluto de sus anotaciones, depuradas como reflexiones abiertas, tentativas, a veces dubitativas: “La vista parece inseparable de lo que le da ocasión: siempre miramos a alguien o algo. Mirar solo nuestra propia vista, ¿es sensato?”.
Sensato o insensato, Noël prolonga su aventura con terca insistencia. Para la exploración cuenta con su cercanía a la palabra poética, portadora de exactitud y concisión; y con ella fuerza al lenguaje, más allá de sus límites comunicativos, para recorrer ese trayecto misterioso que fluye desde los objetos del mundo hacia las imágenes que se forman en nuestros ojos a las puertas del espacio interior del pensamiento. De los riesgos de ese trayecto nos avisa Noël en su última anotación: “No existe ninguna palabra para expresar la semejanza entre la vista, que está en lo visible, y la visión mental, que está en lo invisible”.
Las ayudas y complicidades las busca Noël en quienes han dejado registro de los caminos y trabajos de la mirada: ante todo en los pintores, pero también en los fotógrafos, de los que dice que ejercen “una mirada sobre la mirada”. No le interesa la pintura como el simple ejercicio de la semejanza o desemejanza entre el mundo y su representación icónica. Su reflexión va mucho más allá: “La pintura es un objeto mental que me obliga a verlo con su propia mirada, es decir liberándolo de sus referentes para verlo según la visión del pintor. Mi pensamiento entra entonces en lo que en él fue pensado. Tarea infinita, porque este objeto no es ni un acta, ni la clave de una verdad a la que pueda darme acceso. No, no es más que él mismo: la huella de un pensamiento que me hace pensar”. Los pintores van salpicando los párrafos: Vermeer –“un relámpago blanco lo atraviesa todo”-, Matisse, Magritte, Ingres, junto con artistas franceses de la época, menos conocidos. En otros casos el recurso genérico a la tarea del pintor enciende en la cabeza del lector ejemplos al margen del libro. Así, en el apunte “ciertas cosas pintadas iluminan a quien las mira; otras no hacen más que recordarle sus nombres. Las primeras están liberadas de sí mismas; las segundas están encadenadas a su identidad”, ¿no apuntará la mente del lector con esos objetos “liberados de sí mismo” hacia las botellas y vasijas desnudas de Giorgio Morandi?
Ante esa pureza e inmaterialidad del objeto en el que centra la atención, el diario disuelve la temporalidad, no se agarra a la época en que fue escrito. Si acaso, alguna diatriba que lanza sobre la sociedad de consumo, apropiada a su fecha de 1981: “En el universo del consumo, las cosas, las verdaderas cosas, no son más que imágenes (…) Al final, solo consumiremos naturalezas muertas”. También el estilo desnudo y sintético del autor se hace eco de otros escritores franceses contemporáneos que seguramente le acompañaron e iluminaron en su formación: la compresión rítmica de Roland Barthes, las estrategias de Gilles Deleuze, la porfía profunda de Jacques Derrida. Pero el combate decisivo se libra en un trabajo que linda con lo poético en su exploración de los límites de la razón y de lo decible, para lo cual Noël utiliza todo tipo de recursos. Incluso hasta un guion cinematográfico, ‘Una vez los dioses’, una película que “dramatiza el espacio de la mirada a fin de hacerlo perceptible”. No parece que se rodara.
Al final todo queda en manos del lector, al que ya Miguel Casado previene de que este diario es “ajeno a la anécdota”. Un lector paciente y dilatado, que repase y atraviese las páginas sin vocación de clausura ni de conquista, en busca de perlas como esta: “Los espejos nos fascinan porque alivian a las cosas de su materia y nos las proponen tal como pasan por nuestros ojos”.
(publicado en La sombra del ciprés el 9 de mayo de 2015)