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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Mueran estos poemas y regresen

Valladolid, últimos meses de 1990. En la desaparecida librería Clamor de la calle Ruiz Hernández, también en la vecina Sandoval de la plaza Santa Cruz, alguien ha dejado unos ejemplares de un libro diminuto y blanco, quebrado en el rojo de unos dibujos rupestres de la portada. ‘Plantos de lo abolido y lo naciente’ es su título, Arcadio Pardo el autor, del que nada saben los libreros. Tampoco figura editorial que lo respalde, solo la imprenta Sever-Cuesta y el nombre del poeta que anota en la solapa su dirección postal en Chaville, Francia. Tanta desnudez me tienta, los dedos se deciden en el espacio relajado de la librería, y los ojos se topan con aquel comienzo inolvidable, 1.1 en la ordenada disposición numérica que parece contagiada del ‘Tractatus’ de Wittgenstein: “Para que el movimiento sea mo-/ vimiento, lo primero;/ sea vertical la verticalidad/ y el horizonte superficie” y continúa en petición misteriosa para que “cuando me regrese, superponga/ exactamente el mundo al mundo/ el otoño al otoño;/ me sepa coincidido en mi cono-/ conocimiento del desorden hecho/ orden, cadencia, ritmo”. Para cuando me regrese. En ese verso atrevido, roto y balbuceante, el tiempo se abre en dos hojas simultáneas de lo abolido y lo naciente, y la creación se encadena con su final y su repetición. “Por eso, creo, escribo”.

El libro, claro está, se marchó conmigo, y la lectura siguió en versos que arrancaban de lo más remoto, “Y empezamos la historia de los huesos”,  y se demoraba en las huellas de nuestros antepasados cavernarios, que el poema convertía en propias, vívidas y vividas: “En Luxor,/ me he hecho sustancia de Luxor./ He sido orilla por la orilla, sol/ en la carne solar”. No había narración ni noticia, sino habitar común en un aliento que disolvía al individuo, “Y vos, y nos, y yo,/ los que venimos de lo incalculable”,  y abrazaba lo existente: “Nosotros no tenemos nacimiento./ Somos el mar, el viento,/ lo elemental sin fuente ni principio,/ lo elemental aún”. Qué fuerza le agitaba, cómo se agrandaba página a página.

Arcadio Pardo. Diez libros antes de ese, de 1946 a 1982, inencontrables en la era predigital. Solo en la librería Relieve, en su oscuro y entrañable aposento de la calle Cánovas del Castillo, sabían del poeta, y el discreto Pepe Relieve me alargó un ejemplar de ‘Un tiempo se clausura’, su primera obra publicada con 18 años. Pulcra, prometedora, lejana de la avalancha de los ‘Plantos’. Precisamente en la librería Relieve había dejado, lo supe después, una hermosa despedida en su libro de 1961 ‘Soberanía carnal’ a Domingo, el librero desaparecido: “Me has vendido un Machado un junio hermoso./ Me has vendido un Guillén de brillo y verso”.

Tras los ‘Plantos’ otras obras fueron llegando poco a poco, con los recovecos impredecibles de la distribución poética. Isabel Paraíso recopiló en 1991 para la Diputación Provincial tres libros, dos de ellos inéditos, en ‘Poesía diversa’, un tomo con el peso de las ediciones públicas, tapas duras, papel brillante, un libro para resistir en sótanos olvidados. Isabel Paraíso avanzaba en el prólogo algunas ideas que luego se han sostenido y desarrollado en la poesía de Arcadio Pardo, en especial su substrato panteísta complementado con la idea de metempsícosis o reencarnación.

Nuevos libros fueron dando razón: la belleza encadenada de ’35 poemas seguidos’, prolongada en ‘Efímera efeméride’ y ‘Silva de varia realidad’, con la insistencia del poeta en su búsqueda infatigable y misteriosa. No solo viaja con la palabra a los parajes de Petra, a los rituales funerarios de los numbiwara o a las costas de Estambul. También se embarca en indagaciones en los archivos de Ruán, de Lisboa, de Brujas. Búsquedas que afinca en el “enantes” y en el “allende”, dos territorios de dimensión temporal propia que funda con su verso. Allí aloja a una rama de los Pardo establecida en Brujas en el siglo XVI, Diego Pardo y sus familiares Catalina, Bárbara, Josina. “Todos ellos se enredan,/ se me están enredando/ en lo aún mi presente./ Dos veces morirán.” Especial atención dedica a la misteriosa Josina, Josina Pardo de Vlamincpoote, a la que llega a fundir con una muchacha retratada por Vermeer, posiblemente la famosa y multiplicada “joven de la perla”. Arcadio se siente concernido por otras existencias a las que emigra, transmigra: “Y hemos estado donde no estuvimos/ (…) alguien tuvo mi rostro,/ anduvo como yo ando,/ cumplió mis lentos ademanes”. Un temblor resonante.

El mundo resucitado de los ‘Plantos’ fue centrando la atención en lo que emanaba de la experiencia del poeta. Ese fue el giro de sus siguientes libros. En ‘Travesía de los confines’, una fina edición preparada por Eduardo Fraile Valles, busca poemas que “puedan/ dar ansias de saber cómo fuimos y cómo/ y dónde y qué serpientes nos anidaban y/ qué mansos días nos acogieron y tan/ como amé lo radiante del sol y de los ojos,/ y me asenté en las patrias plurales y las quise”. Y esos poemas resucitarán en cada lectura, completando el ciclo de lo abolido y lo naciente: “Mueran estos poemas y regresen/ vivos, calientes, como ahora.” Como ahora.

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