Son los amigos, los conocidos, los familiares incluso, los que te llevan a sacar el calendario y a hacer consultas de cuánto falta para el arranque. Que si los ciclos, la sección oficial, el Nosferatu con orquesta o las catas con película y merienda. La Seminci proyecta su interés con anticipación nerviosa, y si no que te lo cuenten los que han buscado las entradas de la sección oficial por Internet, todavía con el móvil temblando del esfuerzo y la ira. Los carteles y los logos van ganado terreno en la ciudad, el 61 capicúa del 16 sube por la fachada del teatro Calderón, y quien más quien menos comienza a hacer planes para comerse algún trozo de la enorme e indigerible tarta.
El oasis de una semana. Pero para llegar a él hay que atravesar un largo desierto, el desierto de los cines desiertos. A veces, al salir de una proyección fría y solitaria, me digo que es la última, que el tiempo del cine se acaba, y con él la parcela más apasionada de mi biografía. ‘The last picture show’. Las películas huyen de la cartelera sin tiempo de verlas. Los insólitos tesoros del último cine portugués, los de Miguel Gomes y Pedro Costa, apenas han durado una semana. Tampoco ‘La reconquista’, de mi dilecto Jonás Trueba, ha ido más allá de un viernes a otro. Quedan solo tres cines en Valladolid, si descontamos los encastrados en centros comerciales de los alrededores. Tres cines multiplicados en salas, sí, pero qué es eso frente a la salpicadura urbana de hace dos o tres décadas. Tres cines, dos empresarios.
Oigo con frecuencia que el público se ha replegado hacia las pantallas caseras, que se ve más cine que nunca, pero de otra forma, sin horarios ni público, sin oscuridad ni lejanía. A la carta. Bien, pero en el oasis semincero no hay más que pantallas clásicas, cine en versión original, filmografías planetarias, actualidad de estrenos o rememoraciones cinéfilas. Y revistas, discusiones en la calle, cotilleos en las colas, viejas y nuevas amistades. Solo durante una semana, hasta que reine otra vez el viento del desierto en el Pasaje de la Desolación, por citar al último Nobel.
(de Caro Diario)