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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Observatorios de familia

¿Por qué la protagonista de ‘Ne gledaj mu i pijat’ (‘Deja de mirar mi plato’) se lanza a aventuras sexuales con desconocidos con los que entabla una breve relación callejera? La pregunta colea sobre la última parte de la proyección, sin que encuentre respuesta explícita ni justificación previa. Tal vez se pueda encontrar un atisbo de causalidad en la vida angustiosa de la chica, sometida a una familia sin afecto y en la que el padre usa la mano de las bofetadas con largueza. El ictus que sepulta al padre en la cama la libera del corsé autoritario, y es ella la que toma el mando de una madre embrutecida y un hermano incapaz de madurar. La nueva libertad abre la noche y con ella los encuentros azarosos y la exploración libre del sexo. Si el papel principal recayera en un hombre, nada habría que justificar en esa conducta. Y sin embargo para ella, mujer, los ojos buscan causas, explicaciones de su participación repentina en situaciones fuertes de sexo.

Por fortuna la directora croata Hana Jusic, debutante en el largometraje, dirige sus esfuerzos a otros niveles de la narración. De la protagonista nunca vamos a saber casi nada de lo que bulle en su interior; pero sí de lo que la rodea, servido por una cámara que en sus encuadres agobiantes dibuja sin palabras una atmósfera familiar incómoda y misérrima, un ambiente de trabajo tenso, una calle áspera. Una vida estrecha y sin afectos que seca el rostro de Marijana. Solo en un plano del final la cámara se detiene largamente en sus rasgos y aguanta el llanto y la desesperación que por fin salen de dentro. Un plano soberbio, émulo de aquel de Cate Blanchett que cerraba ‘Blue Jasmine’ de Woody Allen.

Película excelente, compleja, original, con un gran trabajo de fotografía que vuelve sórdida la luz marina de Croacia. La interpretación convincente de todos los actores se corona con matrícula de honor para Mia Petricevic.

Humor en Nazaret

Maha Haj, la directora de la israelí ‘Omor Shakhsiya’ (‘Asuntos personales’) también centra su atención en el ámbito familiar en su debut. Pero su cámara da un paso atrás y toma la distancia suficiente para observar matices y juegos de los personajes. Estamos ante una especie de ‘Vidas cruzadas’ que atiende a las distintas ramas de una misma familia: la casa de los padres, la vida de los hijos, y los repiques y ecos mutuos. Cada uno va mostrando su personalidad en pequeños detalles domésticos: la atención obsesiva al ordenador del padre, la ausencia distraída de la madre, la soledad del hijo que vive en Suecia, la libertad de la abuela de cabeza volada…, conforman un tapiz en el que predomina la ironía que abre la sonrisa y a veces roza la carcajada.

No olvida la directora el marco bélico que rodea a sus personajes, vecinos de Ramala, de Nazaret, ciudades de las que es muy difícil salir, y en las que un control del ejército puede echar por tierra un viaje o mandar a una mujer que se pone chula a prisión. Aún en esas duras circunstancias Maha Haj sabe buscar el lado irónico de la situación, con esa pareja que ensaya el tango ante la mirada velada de sus interrogadores. O la veta lírica del palestino que sueña con ver el mar, del que le distancian pocos pero insalvables kilómetros.

Tal vez la verosimilitud se resienta por el alto nivel de vida que llevan sus protagonistas y el refinamiento y amplitud de sus casas. Pero el estilo de esta fina película tal vez no case con las urbes asfixiantes y las casas endebles de muchos palestinos. La película necesita para su observación espacio y silencio, y lo encuentra plenamente en la secuencia final en los bosques de Suecia, digna de Aki Kaurismäki.

(de Punto de Encuentro)

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