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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Cine de denuncia, cine de sonrisa

Una mujer camina por las calles de una ciudad alemana con paso decidido. La cámara la sigue a sus espaldas, mientras nos llega el sonido de unas aceras demasiado ruidosas para ese país; estamos en sus barrios de emigrantes, de gente del sur o del este que prefiere la calle a sus cuartos lóbregos y solitarios. En este plano repetido Marija camina con decisión y fe hacia el futuro que desea y sueña, montar un pequeño negocio de peluquería. Pero los obstáculos son enormes para una emigrante ucraniana explotada en la limpieza de hoteles, endurecida en mil y una pesadumbres. Si ve una cartera abierta en una habitación o unos pendientes no tendrá ningún escrúpulo en conseguir el botín. Su lucha es egoísta, individual, especialmente delicada por su condición de mujer con una cierta belleza, a pesar de la fiereza de su gesto y del silencio con el que se protege.

La mujer que retrata Michael Koch en ‘Marija’ no es representativa de un camino ejemplar o de una guía para emigrantes. El esfuerzo del director va en otras direcciones. Por ejemplo, en la de mostrar las feroces condiciones de vida en esos barrios: alquileres abusivos por cuartuchos infames, mafias que controlan y explotan, insolidaridad y desconfianza hacia todo, sanidad complicada para los ilegales. Y dinero en cada conversación, en cada trato. Solo el dinero puede aminorar los problemas, dignificar la existencia, disolver la amargura. ‘Marija’ también sugiere lo que significa ser mujer en esa selva, un cuerpo que recibe continuas peticiones y presiones para ser cambiado por dinero, por casa, por trabajo, incluso por afecto.

Película firme y ajustada, necesaria en la Europa actual. Narrada con saltos y elipsis que exigen un espectador atento. Con un reparto plurinacional, de muchas lenguas y etnias que el director seleccionó en los arrabales de Dortmund. Más que necesaria, indispensable película.

Una mujer camina por las calles de una ciudad alemana…, la película se cierra simétricamente, con la cámara colocada ahora delante de la actriz. Y el rostro de la excelente Margarita Breitkreiz nos entrega un balance final antes de la salva de aplausos.

La felicidad de ir tirando

La seriedad implacable del análisis germano se disuelve como un azucarillo en agua hirviendo cuando cambiamos de película y nos adentramos con ‘Inshallah Estafadit’ (‘Bienes benditos’) en las calles de una ciudad de Jordania. Allí no parece anidar el mal ni el dolor. Cierto es que la sociedad que refleja está totalmente atravesada por la corrupción y los pequeños delitos. El que no pincha la luz del tendido trafica con material robado o deja los asuntos a medio hacer a pesar del anticipo cobrado. Si se tiene mala suerte o poca habilidad acabará con sus huesos en la cárcel, donde no media ninguna extrañeza ni diferencia con el exterior: la pillería está ahora en los guardianes, en los abogados, en la jerarquía de presos. Y como en la calle, dentro de los muros hay complicidad, guiños, risas, buen rollo, alguna pelea, sol gratis y tabaco, mucho tabaco (recomendable cambiarse de ropa al salir de la proyección).

Una comedia sin moralejas ni cuchillos afilados. El que la pilla es para él, y la gente se contenta con poco, como el hombre tranquilo que la protagoniza, una cara distendida y sabia que acepta lo que le viene y acaba sacando un buen rédito de afectos. La cámara de Mahmoud Al Massad está atenta a esos rostros bendecidos por el sol, todos masculinos, y encuentra ocasiones para enamorarnos con la luz de las calles jornadas. Una película que te deja el cuerpo agradable, como un vino en buena compañía en los atardeceres templados de estos días seminceros.

(de Punto deEncuentro)

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