Lo cercano es, en muchas ocasiones, lo más difícil de capturar y analizar por falta de perspectiva, de distancia serena. Y si ese entorno inmediato es el que hay que llevar a las líneas de una narración que conjugue fidelidad, originalidad e invención, el desafío se incrementa aunque se cuente con el contrapeso del conocimiento de primera mano de las geografías implicadas, sin intermediarios ni filtros de documentación.
Manuel Longares lleva varias obras urdiendo y tejiendo sobre la ciudad en la que siempre ha vivido, Madrid. Dispone de su experiencia personal, pero también del nutriente profesional, pues en su apretada biografía se salta sin pausa de la licenciatura de Derecho a las redacciones de publicaciones como El Europeo, Diario 16, Cambio 16, El Mundo (donde fue redactor jefe del suplemento cultural) o El País (articulista de la sección madrileña). Desde el balcón privilegiado del periodismo contempló cómo la ciudad que le vio nacer en 1943 atravesaba el túnel de la posguerra, salía a la luz con la muerte del dictador para embarcarse en la transición, se vestía con el traje socialista en 1982 y emprendía la marcha oscura hasta los tiempos de hoy mismo.
Su obra literaria surgió pronto, e inicialmente sin aparente conexión con el periodismo. Sus tres primeras novelas, publicadas entre 1979 y 1992, se integran en un ciclo llamado ‘La vida de la letra’, y vienen hermanadas por su carácter experimental. Es sobre todo a partir de su quinta novela, la aclamada ‘Romanticismo’ (2001), cuando Madrid pasa a ocupar el centro de su creación, a erigirse en protagonista, como lo es Londres para Dickens o Ferrara para Giorgio Bassani. Es un Madrid atento a los nuevos tiempos, pero que inevitablemente trae la carga de su pasado y de los retratistas que lo fijaron, así que las novedades deben convivir con los ecos de los escritores que fundaron su subsuelo. En ‘Romanticismo’ hay lugar para el realismo de Galdós, también para el esperpento valleinclanesco o el costumbrismo castizo, y sobre ellos se labra una amplia colección de personajes que tejen la microhistoria y la intrahistoria del barrio de Salamanca en su dificultosa aceptación de la democracia.
Madrid, siempre Madrid, como urbe y como tiempo histórico que la atraviesa y modula, vuelve a ser el protagonista de ‘La ciudad sentida’ (2007), dispuesta en multitud de relatos breves y estampas que dan una vuelta más a Manuela Malasaña, o a Rosa Chacel, o a Casta y Susana, supervivientes más allá de la zarzuela que las inventó. Por fin, en su última obra, ‘Las cuatro esquinas’, Longares utiliza inicialmente las etapas de una biografía, infancia, juventud, madurez y ancianidad, para organizar cuatro momentos desde los años cuarenta hasta la actualidad; pero ya desde el prólogo invita a sus personajes a apartarse, a ceder el protagonismo a una colectividad superior marcada por unas fechas representativas: “Este libro no es una biografía, el septuagenario no escribe sus memorias. Le dolerá saber que es el pretexto para que su época se pronuncie”. Y con asombro y admiración observaremos que ese pronunciamiento exigirá para cada época unos rasgos estilísticos propios: los años cuarenta se moverán con la sequedad barojiana y las muchedumbres de Cela, los sesenta requerirán un acento alegre y desenfadadamente femenino, los 80 buscarán la ironía y la mordacidad que trae ecos del primer Eduardo Mendoza, y por fin la actualidad se diluye en una posmodernidad anciana de ciudad vacía y desmemoriada.
Con esta última obra Manuel Longares ganó el I Premio Francisco Umbral, una concesión cargada de simbolismo pues ambos coincidieron en las redacciones de los años setenta, y ambos se movieron en la compleja línea que une o separa periodismo y literatura, crónica y creación.