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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

Como si me sobreviviera a mí misma


Cuando en 1930 Vita Sackeville-West publica ‘Los Eduardianos’ en Hogarth Press, la editorial fundada por Virginia y Leonard Wolf, deja en su primera página la siguiente nota explicativa: “Ninguno de los personajes de este libro es enteramente ficticio”. Es una excepción a la habitual declaración de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, que suele tener más de precaución jurídica que de verdadera lejanía de la realidad. Todo escritor bebe de su experiencia, aunque la disfrace, la mezcle o la traslade a geografías irreconocibles. Vita, la transgresora Vita, no necesitó de demasiados disfraces para urdir con retazos de su existencia narraciones que se resisten a morir, que de cuando en cuando vuelven a los escaparates. Su vida seguramente fue tan coyuntural y pasajera como la de casi todos, pero se encontró con la acertada actividad de su pluma y la de otros que con ella se cruzaron. Virginia Wolf dejó de ella un rastro exquisito en ‘Orlando’, alguna huella más en ‘Flush’ y en otras obras. Su relación con Violet Trefusis ha merecido varios volúmenes de indagación y reconstrucción. Y ante todo queda ese monumento erigido por su hijo Nigel Nicolson, ‘Retrato de un matrimonio’, ante el que estas líneas de espacio limitado se retiran sin dejar de rendir su admiración.

Vita Sackeville-West, Harold Nicholson, Virginia Wolf. Vidas igualadas por su grisura que en ciertos casos también es tristeza, hasta que el arte narrativo las encumbra a una categoría diferente. También las de Henri-Pierre Roché, Franz Hessel y Helen Grund, o Helen Hessel por razón de matrimonio. Cuando su hijo Stéphane Hessel, fulgurantemente redescubierto por el título que cedió al movimiento 15-M, publicó sus memorias en 1997, ‘Mi baile con el siglo’, se refería al trío de padres y amante con estas escuetas palabras: “Tenía ella treinta y cuatro años y yo tres cuando nos vimos en una situación de triángulo bastante banal, a fin de cuentas, cuya trasposición novelada y luego cinematográfica elevaría a la categoría de mito”. Un niño que añade en los dominios domésticos la presencia del amante de su madre, una historia muchas veces vivida, un triángulo “más trágico que frívolo” y sin centro de gravedad que lo estabilice: “Lo único insólito en la singular aventura que vivían nuestros padres era la falta de disimulo”. Una anécdota que el tiempo va a triturar sin dejar rastro salvo que el arte disponga lo contrario y, como dice Stéphane Hessel, la eleve a la categoría de mito.

Cada uno de los protagonistas del trío fue encontrando la ocasión para adherir su experiencia, con más o menos disfraces, a la palabra duradera de la narración. Franz Hessel comenzó bien pronto cuando en 1920 publicó ‘Romance en París’, anotación de su amistad con Roché desde la lejanía impuesta por la guerra, y el descubrimiento de una escurridiza alemana bajo la que se escondía la que por dos veces sería su esposa, a la que concedería casi todas las páginas en ‘El último viaje’, y alguna más en ‘Paseos por Berlín’. Henri-Pierre Roché se pasó una buena parte de la existencia llenando cuadernos con las idas y venidas de sus amantes, con Helen en el centro inestable de todas ellas. Así que cuando se decidió a novelar esas experiencias en ‘Jules et Jim’, contando ya con más de setenta años, el guión estaba más que trazado, y solo tuvo que construir ese tono lánguido que envuelve las relaciones en una lasitud que posiblemente nunca tuvieron, pero que Truffaut conservó en la versión cinematográfica que apartó al trío definitivamente de cualquier fugacidad, para siempre depositado en una multitud de ojos sorprendentemente concernidos e interesados en la relación.

Faltaba en ese número impar la reescritura femenina, el vértice más intenso del triángulo. Coincidiendo con la publicación de una selección de los cuadernos de Roché en 1992,  vio la luz el Diario de Helen Hesse, que había muerto diez años antes, a los noventa y seis (“La vida es increíblemente larga y asombrosa”, había escrito a los ochenta años). Todavía no editado en nuestro país, se nutre de cartas y escritos elaborados con Roché y supervisados por Franz, en tres idiomas y con un carácter sintético que dificulta la lectura continuada. Así que es de agradecer el esfuerzo biográfico que ha realizado otra mujer, Marie-Françoise Peteuil, autora de ‘Helen Hessel, la mujer que amó a Jules et Jim’, que se acaba de editar en nuestro país traducido por Alicia Martorell Linares.

Helen Hessel sale de la sombra excesiva proyectada por sus amantes, y queda claramente perfilada desde sus orígenes berlineses en una familia de raigambre prusiana que penó la locura de varios de sus miembros. París pronto se adueña de la biografía, el París en el que Helen se mueve entre los artistas y pensadores más decisivos del siglo. La relación del trío es minuciosamente diseccionada, tanto que la rebaja a lo que seguramente fue, una turbulencia privada y nada envidiable, pero dejando lugar a algo que en otras versiones desaparecía: la posición de la mujer, el pago inapelable de la cuota femenina. Aunque la libertad parecía envolver las relaciones (“Fidelidad es pereza”, reza un aforismo de Helen) es ella la que tiene que cargar con los embarazos, y con las dificultades extremas del parto de su primer hijo, aquejado de minusvalías definitivas. Las dudas que cercan su relación con Roché acaban en tres abortos mientras él tiene un hijo a escondidas con otra amante (anecdóticamente, pero con la actualidad que le ha dado el por fin desenmascarado ministro Gallardón, hay que anotar que Helen podía abortar legalmente por los casos de locura que había en su familia). “Helen es demasiado fuerte para mí”, escribe Roché en una de sus últimas páginas, y así debía de ser esta mujer enérgica y decidida, que atravesó con convicción el siglo XX entre los horrores de la guerra y las luces del arte y de la libertad, inquieta en sus últimos días por la vida sin final que le impone el éxito de la película de Truffaut: “La idea de que miles de personas pudieran ver un fragmento de mi vida me resulta un poco desagradable, es como si me sobreviviera a mí misma”.

(publicado en La sombra del ciprés el sábado 14 de julio de 2012)

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