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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

El ausente de sí mismo

Georges Simenon, o el océano de la escritura. Los cómputos de su producción varían de una referencia a otra: un centenar largo de novelas, otras setenta de su comisario Maigret, y una inacabable relación de relatos cortos y de novelitas populares firmadas con seudónimos. Georges Simenon, un tipo que solo vivió para escribir desde la adolescencia –antes de los dieciséis ya trabajaba como periodista en la ‘Gazette de Liége’- hasta que en 1972 pone fin a su carrera, cerca ya de cumplir los setenta.

Un año antes había muerto su madre, con la que siempre tuvo escasas y difíciles relaciones. En sus últimos días de existencia, internada en un hospital de Lieja, recibe la visita apresurada de su hijo al que, a modo de saludo, le suelta: “¿Por qué has venido, Georges?”. La frase le conmociona, tanto que después de cocerla durante meses en su cabeza decide volver a escribir, bien que con un prisma distinto a toda la obra anterior, ya clausurada: ahora él será la materia de reflexión, él o el personaje que vaya trazando. Publica en 1974 ‘Carta a mi madre’, dejando la pregunta en el aire de las líneas. Comienza también a grabar en un magnetófono reflexiones personales que acaba reuniendo en ¡21 volúmenes! bajo el título de ‘Mes dictées’. Pero todavía debe llegar una tragedia más fuerte. Su hija predilecta, Marie-Jo, se suicida a los veinticinco años tras una vida de desequilibrios en los que roza la pasión incestuosa por su padre. El escritor vuelve de nuevo a la máquina de escribir (aunque queda la sugerencia de que los temas más personales, cuando no usaba el magnetófono, los emprendía en cuadernos escritos a mano), y culmina en 1981 sus ‘Memorias íntimas’, más de mil páginas de justificación y autoconsuelo que dejan un retrato defensivo frente a la tragedia insoportable. Y al hilo de esta suerte de descarga pública acepta en 1981 la invitación de Bernard Pivot para participar en su programa de televisión ‘Apostrophes’, por el que ya han pasado muchos grandes de la literatura, y que ha afortunadamente se ha conservado y editado en DVD.

Es una entrevista sin concesiones ni lugares prohibidos. La muerte de la hija se impone desde el comienzo, y también las ganas del escritor de alejar la culpa. Incluso da pie a escuchar una grabación de Marie-Jo, uno de los muchos mensajes que dejó a su padre, y ante esa exhumación sonora, verdaderamente terrible, Simenon está a punto de echarse a llorar, aunque finalmente se contiene y logra retornar al meollo de sus memorias, que no es otro que la construcción del personaje que le representa, personaje de un color frente al tejido de grises que emplea en sus novelas. Se ve a sí mismo como un perro San Bernardo acudiendo en auxilio de la gente en apuros. Se etiqueta como romántico, ingenuo, tímido… un buen retrato que lanza con convencimiento en sus palabras ajustadas y en el brillo especial de sus ojos, agudos para los demás, miopes para él. No elude ninguna cuestión, tampoco su pobladísima actividad sexual, que le llevó a engañar durante veinte años, todos los días – “y muchos días en varias ocasiones”- a su primera mujer. Lo dice sin ostentación, la erección obstinada es una singularidad de su cuerpo –“les pasa a muchos otros hombres”- que necesita la medicina adecuada y constante, amantes y burdeles, muchos burdeles, como el diabético precisa de la insulina o el asmático del inhalador. Unas 10.000 mujeres se habrá administrado, cálculo célebre que surge el día que examina con su amigo Fellini la vida amatoria de Casanova, que a pesar de su fama solo puede ofrecer unas 4.000 conquistas.

¿Y la literatura? ¿Dónde el océano inabarcable de sus libros, el nuevo Balzac? “Nunca escribí con intenciones filosóficas, morales o estéticas, sino para salir de mí mismo. Cuanto más dramático era el período de mi vida, más necesitaba escribir. Me refugiaba en la novela”. Salir de sí mismo. Para ello nada mejor que una disciplina de trabajo férrea. En sus comienzos escribe de seis de la mañana a seis de la tarde. En una sola jornada podía rematar ochenta páginas. Eran solo novelitas populares, proclama el escritor, pero ochenta páginas en un día… casi es un hito mecanográfico. Son obras que el joven Simenon concibe como un entrenamiento o un aprendizaje, necesario también para su emancipación económica y sus correrías, a la espera de un futuro en que ya disponga de herramientas para otras ambiciones. Pero desde la primera, ‘Au Pont des Arches’, firmada por Georges Sim, trabaja sobre una estrategia que nunca abandonará: personajes y paisajes son robados del mundo que le rodea, vienen transportados por sus ojos y sus oídos. Simenon no inventa nada, no fatiga su imaginación, recolecta en su entorno y los dedos vertiginosos van desarrollando sobre el teclado la trama.

Así una novelita tras otra, mientras va oteando en el horizonte proyectos de más enjundia: el comisario Maigret, que nace en 1929 y con el que alcanza un gran éxito que le abre las puertas del cine, y por fin las “novelas duras”, ya sin el comisario ni la investigación detectivesca – el “pasamanos” en el que se apoyaba con facilidad y oficio su escritura-. Tras la popularidad y el dinero, el prestigio crítico le baña sin que haya variado demasiado su ritmo de trabajo ni sus fuentes. Simenon no sabe lo que es la documentación para urdir una historia. Sigue recogiendo en su experiencia, en lo que la vida le pone delante, pero para ello necesita explorar la diversidad humana, estar en viaje perpetuo. Vivir para escribir. Así que planta su casa y su escritorio donde las circunstancias le lleven, y tan pronto reside en París como en la costa atlántica, o se va de reportero al corazón de África, o se instala en distintos lugares de Estados Unidos durante varios años. “Jamás he creado un personaje, le he conocido antes, o bien es la suma de varios, un rasgo de este, otro de aquel”, confiesa en la entrevista de Pivot. “Nunca he inventado un decorado, un ambiente…”.

Partir, partir sin cesar de él mismo hacia los otros. Su afición a la navegación le surte de puertos cambiantes, la vida social y sexual siembra sus personajes, e incluso justifica su vida de lujo a bordo de un Rolls-Royce con una casa llena de sirvientes como fuente de escenarios, pues los que surgen de la pobreza ya los exploró sobradamente en su infancia. Todo por la escritura, que cíclicamente arranca de manera misteriosa y arrebatadora tras un núcleo inicial de escenarios, trama y personajes, y sume al autor en una especie de trance en el que los dedos corren tras las visiones de la mente. “Una vez empezada la obra, me convierto en mi personaje, vivo su vida”, le confiesa en una carta a André Gide. Escribir es un impulso invasor y prolífico, al que es inevitable buscar el paralelismo de la vida sexual del autor. “Cuando oigo citar eso del fenómeno Simenon, del enigma Simenon, no sé de qué se habla, yo soy simplemente un artesano que ha trabajado durante 65 años”, confiesa a Bernard Pivot. Un artesano que va sembrado su producción con unas cuantas obras maestras y muchas otras recordables, cuando menos, y que al final de sus días vuelve el espejo sthendaliano hacia sí mismo, sus ojos hacia sus ojos, para colisionar con la frase que le había escrito a André Gide muchos años atrás: “¿Acaso no es uno mismo el único territorio prohibido del conocimiento?”.

(publicado en “La sombra del ciprés” el sábado 6 de octubre de 2012)

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