Una mujer está subida a un carro. Lleva en la mano una especie de fusta, con la que amenaza a los dos hombres que ocupan la posición de las mulas o caballos que tirarían de la carga. Ella es Lou Andreas-Salomé, escritora y filósofa, y ellos Friedrich Nietzsche y Paul Rée, filósofos y escritores. Frente a la rigidez un poco tontuna de los hombres, ella esboza un gesto astuto y algo pícaro que la coloca al mando de la representación fotográfica, un paso por encima de sus ilustres acompañantes, envarados y serios en su papel de tracción animal. Qué mejor gancho publicitario que el de una mujer que doblega al pensamiento más libre del siglo XIX, que gobierna y decide su destino entre hombres destacados. “Icono de mujer liberada”, dicen las enciclopedias de Lou Andreas-Salomé, y esa afortunada fotografía de estudio parece sintetizar su posición. El cine tenía que encontrarse con ella antes o después.
La cineasta italiana Liliana Cavani fue la primera en colonizar su figura en ‘Más allá del bien y del mal’, una película de 1977 que succiona a Lou Andreas-Salomé hacia las energías que mueven esos años. La década de los setenta no hacía sino culminar las rupturas de la anterior. En los sesenta, con las revoluciones callejeras y juveniles como estandarte social e ideológico, se había conjugado el cine político con las nuevas estéticas. Las incursiones políticas de Costa-Gavras, Gillo Pontecorvo o Francesco Rosi, más la juventud de Bernardo Bertolucci o Marco Bellocchio, se combinaban con la explosión de los nuevos cines que se extendían por Europa y también Brasil. Con los cánones y las censuras enflaquecidas, Bertolucci traslada en 1972 la atención hacia una nueva sexualidad con ‘El último tango en París’. Nagisa Oshima, Borowczyk, Fassbinder… insisten en esa exploración que ya no tiene límites en el cuerpo, el erotismo, las relaciones. La memoria deja una década enfebrecida de pasiones y experiencias en un color ajado, desde las trivialidades de Emmanuelle hasta la fusión de Eros y Tánatos en “El imperio de los sentidos”.
Liliana Cavani ya sabía de las potencialidades del filón en su ‘Portero de noche’, y buscó en Lou Andreas-Salomé una figura que afirmase su independencia femenina en consonancia con la ruptura filosófica que preconizaba Friedrich Nietzsche. La moral hecha trizas en el trío de la fotografía, y el cine libre y sin barreras de los setenta a su servicio. Cavani busca complicidad en el Visconti decadente de ‘Muerte en Venecia’, alarga la muerte de Paul Rée hasta el oscuro asesinato de Pasolini, convoca a Fassbinder para las escenas más ambiguas, pero no logra enderezar a una Lou extraña, casta sin gracia a pesar de subirse al cuerpo de Dominique Sanda, un punto repelente. Ni a un Friedrich Nietzsche disfrazado de viejo verde que no logra desnudarse con su amada salvo para baños y alivios urinarios. Un crítico de esos años en ‘Dirigido por’, Lluis Miñarro, que luego produjo lo más avanzado del cine europeo, cerraba así su crónica: “Nada más lejano a un ideal libertario, al espíritu crítico de Nietzsche y Lou Andreas-Salomé, a una poética del pensamiento humano que este aburrido y complaciente ejercicio sobre el sexo y sus adscripciones”. El semanario francés Le Point dio en el clavo con su titular: “Los héroes se pasan el tiempo copulando”.
De aquella década prometedora y tormentosa, a la fuerza del movimiento feminista en estos últimos años. El rencuentro con esta mujer era inevitable. Y eso se propuso la directora germana Cordula Kablitz-Post en su película ‘Lou Andreas-Salomé’, para la que escribió un seco guion tan ajustado a la vida de Lou que coincide punto por punto con la Wikipedia. Su idea inicial era hacer un documental, pero de Lou no había ningún rastro visual salvo la fotografía del carro, así que optó por la ficción. Para no ceder en la fidelidad biográfica abre las secuencias con postales coloreadas de las calles de las ciudades en el final del XIX, en las que introduce digitalmente a los actores. Y a postales, pulcras y aburridas, se reducen las escenas. De las aventuras y riesgos de los tiempos de la Cavani poco queda. El cine actual se ha vuelto mucho más conservador, así que no parece ningún desatino encerrar a la singular e inclasificable Lou en un biopic, palabreja foránea que sirve para nombrar rutinas y aburrimientos y aguardar la justa venganza de Álex Grijelmo en sus juicios lingüísticos. La película de Cordula Kablitz-Post se aferra a una supuesta fidelidad a los protagonistas, que engrosa con otros hombres que rozaron o se acostaron con Lou: Rainer Maria Rilke, Sigmund Freud, improbables en sus actores y situaciones. Todo es serio y rápido, sin desdeñar las profundidades de una frase filosófica en una conversación doméstica: “El principio dionisíaco es más fuerte que el apolíneo, Nietzsche tenía razón”, proclama Lou desde el lecho para justificar su abundancia de amantes.
Esta mujer “desconcertante, moderna y actual”, como la calificó Le Monde, sigue esperando por una película que tire del carro de su distinguida singularidad.
(publicado en La Sombra del ciprés el 10 de mayo de 2019)