La entrevista que Antonio Corbillón hacía a Jesús Angulo a punto de comenzar el festival acababa con un ruego imperioso: ¡Por favor, llenad las salas de cine! Sin el calor del público, que nunca ha fallado hasta ahora, las peticiones de ayuda perderán fuerza, y el presupuesto seguirá distanciándose del de aquellos años en que íbamos al cine por encima de nuestras posibilidades. ¿Y se llenan las salas? El día del arranque, a las cinco de la tarde de un sábado tibio y soleado, la tres del Manhattan estaba al completo presenciando una desconocida cinta del otro Bollywood. Descendió la cuenta y el ánimo en la sesión postrera de la tarde; solo la mitad del aforo para ver la mexicana ‘Luz silenciosa’, a pesar de sus premios en Cannes. Por el contrario, rondando el Calderón me encuentro las habituales pero siempre sorprendentes colas matinales. Y a las 8.30 de la mañana del domingo, la sala repleta.
Claro que a la enérgica llamada de Jesús Angulo le salió el sábado un fuerte competidor. Las vías digitales se llenaron de convocatorias para llenar…la Bajada de la Libertad, y no precisamente para aplaudir a José Luis Cuerda o a Ángela Molina. La estrella era tan refulgente que no se la quería nombrar: “ese hombre”, le llamaba en la proclama un sindicato. El “no-ministro”, rezaba la súplica de los del 15-M. Y sí que tuvo eco entusiasta la llamada, qué tendrá ese sujeto. Un eco de color verde que casi teñía la alfombra, rematado muy oportunamente en las alturas por carteles de buen sabor cinematográfico: el protagonista devenía en vampiro (metáfora jugosa), pero los convocantes, lejos de la moda juvenil que no les incumbe, echaron mano del más glorioso de los chupasangres, el creado por F. W. Murnau. Hace casi un siglo que el actor Max Schrek dio vida y cuerpo a Nosferatu, y aunque no se parece en nada al ministro (salvo, tal vez, en las orejas), allí estaban sus manos de dedos alargados y su chepa agitándose enfrente del Calderón. Para rematar el ambiente, muchísima policía y una música atronadora de rancheras que competía con los gritos de los manifestantes. Ni el mejor director de escena hubiese diseñado un entramado callejero tan animado y cálido. Lástima que luego la gala no estuviese a la altura del prólogo.