Seminci. Punto de Encuentro
La alcaldesa de un municipio costero de Gran Canaria manifestaba hace unos días que casi todos los ocupantes de pateras que alcanzaban la costa estaban completamente desorientados. Y engañados. Preguntaban por los kilómetros de carretera que les separaba de Francia, o de Alemania, y cuando se enteraban de que estaban en una isla mucho más cerca de África que de Europa, se desmoronaban. Pero al menos habían acabado el camino sin perder la vida en el mar, o en manos de las mafias.
La película nigeriana ‘Eyimofe’ (Este es mi deseo) se ubica en el otro extremo del recorrido, antes de la partida. Dividida en dos partes que se desarrollan en un mismo escenario urbano, sigue los pasos de un hombre de mediana edad, Mofe, y de Rosa, una chica joven. Los dos quieren abandonar Lagos. Él está empeñado en llegar a España, por lo que paga a unos falsificadores para que le fabriquen un pasaporte a nombre de Sánchez. “Solo me falta el visado”, cuenta con alegría a su hermana, pero pronto embarrancará en una cadena de dificultades que le harán olvidarse de su viaje. Rosa tiene que atender a su hermana, con un embarazo que se malogra. El bebé formaba parte del pago por el éxodo a Italia. Para pagar las facturas del hospital tiene que decidir entre la prostitución encubierta o el matrimonio de conveniencia. Ambos protagonistas tienen varios empleos, casa, familia. No son indigentes ni marginales. Y sin embargo las condiciones en las que se desarrolla su vida hace que su base económica se derrumbe en cuanto sucede algo imprevisto: la muerte de la familia de la hermana para Mofe, la estancia en el hospital de la hermana de Rosa. Viven el día a día, hacinados en casas que son casi chabolas, yendo de trabajo en trabajo, soñando con una vida mejor.
La película construye con esas dos historias un análisis de la sociedad de Nigeria que podríamos calificar de materialista, en el sentido marxista de la palabra. Las relaciones sociales o familiares, los proyectos y deseos, la vida toda de Mofe y Rosa se ve marcada por su horizonte laboral, por sus magros ingresos. También las excelentes imágenes tienen ese mismo énfasis material, tanto en las panorámicas callejeras como en la intimidad de sus pobres viviendas. Qué distinta es la vida en Lagos del Occidente rico con el que sueñan los nigerianos. No es solo la modestia de su hábitat, sino también la podredumbre que engendra la miseria y la corrupción social.
Los directores de la película, los hermanos gemelos Arie y Chuko Esiri, se criaron en Lagos, aunque luego estudiaron cine en Nueva York. Conocen bien su ciudad, son capaces de captar la vida bulliciosa de la calle, sus colores y luces, casi sus olores. Y a sus protagonistas saben devolverles la dignidad que las mafias y la mala sombra están a punto de arrebatarles, una dignidad que empieza por la pulcritud y elegancia de su vestimenta. Qué belleza, qué colorido el de sus atuendos para esta más que notable película.