El director y su época
Federico Fellini (1920-1993) se hizo cineasta al tiempo que se fraguaba el neorrealismo italiano, el movimiento artístico que de una forma u otra le nutrió durante toda su carrera. Nació en Rímini, una localidad costera del Adriático, donde vivió experiencias infantiles y adolescentes en la Italia fascista que posteriormente reflejaría en su obra. Comenzó haciendo dibujos para las carteleras del cine Fulgor, en Rímini, lo que le llevó a trabajar de caricaturista en revistas y periódicos de Florencia y Roma. En esta ciudad se inicia como guionista en la radio, donde conoce a una joven actriz, Giulietta Masina, que luego será su esposa y protagonista de las películas de su primera época. El encuentro casual en 1944 con Roberto Rossellini, que se interesa por los dibujos que vendía, le abre las puertas de ‘Roma, ciudad abierta’ y ‘Paisà’, obras fundadoras del neorrealismo. En 1950 dirige con Alberto Lattuada su primer largometraje, ‘Luces de variedades’, al que seguirán los grandes éxitos de ‘Los inútiles’, ‘La strada’ o ‘La dolce vita’, obras en las que se va alejando del realismo para adentrarse en una introspección personal de tintes barrocos.
‘Ocho y medio’, un título que cuenta las películas que Fellini había realizado, le sirvió de reflexión sobre su obra, al tiempo que extendía su trabajo hacia lo onírico y la experimentación del metacine. La filmografía posterior dejó obras tan importantes como ‘Roma’, ‘Satyricon’, el gran éxito de ‘Amarcord’ o la brillante rareza de ‘Casanova’. Su carrera, por la que obtuvo el Oscar a la mejor película extranjera en cuatro ocasiones, se cerró en 1990 con ‘Las voces de la luna’.
La película
Cuando Fellini presentó el proyecto de ‘Las noches de Cabiria’ al productor Goffredo Lombardo, este le respondió: “Primero una película sobre haraganes y maricones, después, la historia de un zíngaro perverso y una tonta, luego unos timadores. A continuación quisiste hacer una película sobre locos y ahora sales con otra sobre prostitutas”. Una irónica síntesis de los personajes de los que se alimentaba el director, a pie de calle y entre sus recuerdos, que desemboca en Cabiria, la prostituta romana protagonizada espléndidamente por Giulietta Masina.
La película carece en cierta manera de nudo argumental. Su trama es su escenario: el extrarradio romano, las ceremonias religiosas, los espectáculos populares. Y las gentes que los llenan: los humildes, los pobres, los desterrados de la ciudad con sus emociones y sus gritos. Fellini se va en pos de la vida de las aceras y de las casas sin cerradura y las ensarta a través de un médium privilegiado, la prostituta Cabiria. De su mano se franquean las mansiones de los ricos, se participa en ceremonias sanadoras de la Virgen, llega la hipnosis de un mago teatrero. Cabiria retorna tras sus noches a la chabola de cuatro paredes del extrarradio que luego heredará Pasolini (presente en los créditos de este film). La vida la trata con dureza extrema: en la primera escena un hombre casi la ahoga para arrebatarle el bolso, intención asesina que se repite con el último de sus falsos amantes. Sobrevive con las ropas sucias, con el rímel corrido por las lágrimas hasta que un grupo de chavales la envuelve en la música de Nino Rota para devolverle la sonrisa que ilumina esta obra maestra.
La marca de autor
‘Las noches de Cabiria’ tuvo que ser una perla extraña en la Semana de Cine Religioso, que en esa edición de 1958 había añadido el adjetivo de Internacional. Por ese intersticio se coló la película de Fellini, que también traía una secuencia religiosa, aunque de un carácter nada devoto. Las prostitutas deciden ir con sus chulos a la Virgen del Divino Amor, una romería de las afueras de Roma. Fellini, en un rasgo que repetirá muchas veces, coloca a sus protagonistas entre lo popular y lo sagrado, entre el grito y la fe. La cámara hace un barrido por los rostros desdentados de las mujerucas que acaba en Cabiria, descentrada y llorosa. “¡Haz que cambie de vida, Madonna!”, implora. No llega el milagro pero sí la merienda campestre con música de acordeón, la tarde que decae, y otra vez la noche para Cabiria.
(publicado en El Norte de Castilla el 24 de abril de 2025)