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Jorge Praga

Hoy empieza todo II

El empleo

El director y su época

La Seminci y Ermanno Olmi (1931-2018) se han encontrado unas cuantas veces a lo largo de la carrera del director. En el festival dio a conocer su primera película, ‘El tiempo se ha parado’, en 1960. Ganó al año siguiente la Espiga de Oro con ‘El empleo’ en la séptima edición del festival. Y sus contribuciones llegaron hasta 2014, en que se homenajeó a la escuela ‘Ipotesi Cinema’ que él había fundado en 1981 en Bassano del Grappa.

Ermanno Olmi nació en Tremiglio, Bérgamo, de familia campesina. Unos orígenes decisivos para la que posiblemente sea su obra más reconocida, ‘El árbol de los zuecos’ (1977), reconstrucción sin concesiones nostálgicas de la vida rural en la campiña de Bérgamo, con actores no profesionales que hablaban en el dialecto local. Sus orígenes artísticos hay que rastrearlos en su primer empleo –la película que nos ocupa repite esa simiente laboral- en Milán, en la empresa EdisonVolta, en la que se ocupó de rodar documentales a pie de calle en los años cincuenta. El neorrealismo de la posguerra italiana dio vuelo a esa actividad documentalista cercana a sus maestros: las calles de Vittorio De Sica, el empleo del tiempo de Antonioni, el humanismo de Rossellini. Ermanno Olmi desarrolló una trayectoria personal, alejada del cine político en el que insistieron compañeros de generación –Rosi, Bellocchio, Petri- o de la exitosa comedia italiana. Dejó obras tan inclasificables y excelsas como ‘La leyenda del santo bebedor’ (1988) o ‘El oficio de las armas’ (2001).

La película

“Para aquellos que viven en los pueblos de Lombardía, Milán es el lugar para encontrar un trabajo”. Esta frase, inscrita en la pantalla al comienzo de ‘El empleo’, traza una línea de guion muy reconocible en las películas de esa época: el éxodo del campo a la ciudad. Tuvo su impulso más fuerte cuando llegó la mecanización a las tareas agrícolas, que hacía innecesaria la abundante mano de obra de la agricultura tradicional. En el Valladolid de principios de los sesenta se valoraría y reconocería este cambio social, que marcó el inicio de la decadencia y abandono de los pueblos.

La película de Olmi se centra en un muchacho de apenas 16 años que viaja a la ciudad para someterse a las pruebas de selección de una gran empresa. Los arrabales de Milán y el encuentro con el trasiego callejero están vistos a través de la mirada inocente de Domenico, un muchacho candoroso y desconcertado al que todo le sorprende y complica. Tan solo le estimula Antonietta, una chica pizpireta y desenvuelta que conoce en los exámenes, y a la que busca con empeño cuando ambos entran a trabajar en puestos alejados. El futuro es una pregunta sin respuesta para Domenico, que no deja de mirar por sus grandes ojos hasta un final que no acaba ni clausura nada. La vida sigue. Olmi revela su pasado documentalista en su cámara testigo de la realidad italiana, en los tipos agostados que languidecen en la oficina, en el estruendo de las aglomeraciones, en la ternura entristecida de las fiestas populares. La fotografía en blanco y negro de la época es admirable. Y los intérpretes, sin ninguna experiencia dramática, dejan un rastro de verdad.

La marca de autor

Ermanno Olmi escribe y construye su historia con la cámara, con su emplazamiento, con la duración de sus tomas. Para recibir en la empresa de Milán al aspirante a empleo le hace recorrer un largo pasillo en el que nada sucede, o subir por unas escaleras con las que evita la cercanía incómoda del ascensor. Cuando entra en el despacho del jefe un picado le hunde en la silla. El desconcierto, la timidez, la soledad de Domenico se inducen en el espectador a base de tomas alargadas llenas de silencio, un silencio que parece competir con el de las obras de Michelangelo Antonioni. La fiesta de Nochevieja a la que acude Domenico con la esperanza de encontrar a Antonietta le empuja, tocado con un canotier ridículo, a un amplio comedor donde toca una orquesta para una pareja de ancianos despistados. Vendrán más despistados, horas después bailarán todos la conga, pero el sabor a derrota de ese largo plano inicial del comedor vacío no se disolverá.

(publicado en El Norte de Castilla el 15 de mayo de 2025)

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