Cuando Ryszard Kapuscinski acabó sus estudios de Historia en la universidad de Varsovia entró a trabajar en un periódico de ámbito juvenil. La reciente muerte de Stalin animaba a la gente a opinar con un poco más de libertad, y el nuevo reportero se encargaba de contrastar las quejas y reclamaciones que llegaban en cartas de lectores, lo que le llevaba a emprender frecuentes viajes por Polonia. En algunos se acercó a las fronteras del país, y aquellas regiones solitarias y silenciosas sin posible prolongación excitaron enormemente su curiosidad. No conocía a nadie que hubiese estado en el extranjero, así que su concepción del mundo que se movía al otro lado no tenía puntos reales a los que agarrarse. Cruzar la frontera empezó a convertirse en una fantasía, y en una obsesión.
La oportunidad le llegó de repente, cuando las relaciones internacionales que Polonia comenzaba a establecer al margen dela Unión Soviética trajeron contactos con la India de Nehru. La redactora jefe le ofreció la inédita corresponsalía en la India, a él, que soñaba constantemente con viajar a Checoslovaquia. De un día para otro se vio en un avión camino de Roma, donde sus colegas italianos le recomendaron que cambiase de traje, de zapatos, que abandonase sus gestos y su mirada absorta, que empezase el viaje por sí mismo. Por fin, solitario en el aeropuerto de Delhi, sin saber inglés y ajeno a las costumbres indias, comenzó a sentir la diferencia, el extrañamiento, el abismo. E intuyó que la curiosidad que le había llevado hasta allí no se iba a saciar nunca.
La Indiaque le abrió una vida continua de viajero dictó unas primeras lecciones indispensables: el olvido de rutinas y costumbres; la humildad; la necesidad de una base lingüística y cultural para afrontar cada experiencia. En los primeros días de Delhi Kapuscinski caminaba infatigablemente por las calles, y al volver al hotel hacía un recuento de novedades. De los árboles que conocía traía un recuerdo exacto y duradero. De aquellos otros que veía por primera vez y no sabía clasificar su cabeza los retenía con dificultad. Nombrar y existir tenían mucho que ver. La penetración en un mundo nuevo era una tarea compleja, enorme, que en esa primera experiencia le agotó, dejándole luego en Polonia por una larga temporada, pero cuando la curiosidad le volvió a urgir el cruce de la frontera, y una nueva oportunidad le lanzó hacia China, ya partía con una primera página indispensable de su guía: iba en busca de lo diferente, del Otro que detenta una cultura y una historia de difícil entendimiento y aceptación, también de intercambio. Anota en su ‘Viajes con Heródoto’: “Aprendí que una cultura distinta no nos desvelará sus secretos tan solo porque así se lo ordenásemos y que antes de encontrarnos con ella era necesario pasar por una larga y sólida preparación”.
En sus libros de crónicas y reportajes nunca hay el menor atisbo de guía turística, de cultura masticada y exótica. A pesar de la fascinación que ejerce la literatura montada sobre sus vivencias, no prende en el lector el interés por seguir sus pasos, mecidos por peligros y dificultades, por incomodidades extremas de ejércitos de hormigas y arañas, de mosquitos que transmiten la malaria. La debilidad que le originó esta enfermedad acabó por arrojarle a un hospital de beneficencia en Dar es Salaam para tratarse una tuberculosis. Podría haber vuelto a Polonia a restablecerse, pero entonces perdería la corresponsalía y su decisión de vivir varios años en África se hubiera malogrado.
Su interés por ese ser diferente que vivía al otro lado de cualquier frontera le llevó en los últimos años de su vida a teorizar sobre el encuentro con el Otro, a buscar referencias en el campo del pensamiento. De Emmanuel Lévinas recogió su filosofía del diálogo y de la apertura ala Otredad.DeBronislav Malinowski sus largas convivencias con los nativos de Nueva Guinea, a la caza de su lengua y su cultura profunda. En fin, con Homero se interesó por las distintas formas de hospitalidad con que reciben a Ulises en las paradas de su viaje. Tras su muerte se publicaron sus conferencias en el volumen ‘Encuentros con el Otro’.
Tal vez en busca del extraño que también anidaba en su intimidad fue punteando su obra más periodística con una poesía ocasional que publicó con discreción. “Me he alejado tanto de mí mismo/ que ya no sé decir nada/ sobre mí”, anota en uno de sus poemas. Aunque él sabía, o intuía, que el Otro, contemplado en el espejo de las diferencias, devuelve también la propia identidad, necesitada del juego de contrarios. Y es posible que su infatigable búsqueda de fronteras fuese el reverso necesario de la indagación hacia sí mismo. En el viaje por las inolvidables páginas que nos legó están las preguntas y las respuestas.
(publicado en “La sombra del ciprés” el 18 de mayo de 2013)