>

Blogs

Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

Camareras de mi amor

Me gusta pensar que a muchos de ustedes les encanta morar en las barras, esos santos lugares en los que se descubre la pólvora a cada momento. Y me gusta imaginarme que nada ni nadie puede cambiarnos, ni la prima de riesgo ni poner en riesgo a mi prima. Nada de nada, ni un paso atrás. Cero patatero, que diría el consorte de la alcaldesa de Madrid. Nosotros a lo nuestro, a no dejar de ser unos españolitos de chato en la mano y codo en la barra. Pase lo que pase y venga quien venga, con ideas peregrinas o con recortes, en esto somos un dechado de resistencia, acodados y dispuestos a reinar en los bares.
En la búsqueda de ese territorio no hostil que es la taberna nadie se siente solo o sin argumentos para encontrarlo. Todos tenemos el necesario bar debajo de casa, salvo quienes vivan en un adosado en Algete y aún así se las ingenian para tenerlo. Es una referencia en la vida, algo innato, que nos acompaña más que una mascota. Y en ese convencimiento de ser algo imprescindible para nuestra vida mucho ayudan aquellos que habitan detrás de la barra: los camareros o las camareras de mi amor, como cantaba Antonio Machín, ese tipo de voz algo de pito con el que mi padre nos torturaba en todos los viajes de verano. Buena gente, sí, parecía, pero algo repetitivo con sus angelitos, su maní, su madre, sus gardenias y, por supuesto, sus camareras a las que, según la canción, sin pensar daba su vida entera. Pregúntenme por las letras y seguro que les canto varias sin equivocarme o, solo un poco, que ya han pasado muchos años.
Pues Machín se entregaba, cautivo y desarmado, a esa camarera de su amor. Y muchos lo hacemos, aunque sin enamorarnos, que no me imagino tirarle los tejos a por ejemplo Justo, el del Maype, –un gran tipo, pero no es mi tipo–, que regenta uno de los bares en los que habito por si me quieren encontrar para contarme algo divertido que encaje en esta humilde sección o para llorar las penas, que uno también se da a los demás en la medida que puede y le dejan.
Y entregados y rendidos a una profesión, a la que se atribuye poderes mágicos para psicoanalizar, hemos estado esta semana. Los concursos que organiza la entrañable y numerosa asociación de camareros segovianos son de una y mil anécdotas, casi tantas como las que se producen en las barras que defienden con orgullo y sin pegar un solo tiro. Entre ellas, la recurrente broma de que algún parroquiano debería llevarse un premio porque hace más horas en el bar que los profesionales. Sí, difícil de elegir para Pablo, Pali y compañía, ya que los candidatos son muchos y algunos con extraordinarios méritos para recibir no una, sino varias distinciones. Que en esto de los chatos hay infinidad de campeones mundiales, como ocurre en el mus.
Pueden percatarse de que, enamorados en el sentido estricto no, pero sí con mucho cariño a quienes aguantan lo indecible. Uno ha visto de todo y aún más ellos, pero a mi no puede olvidárseme un sucedido en un viaje iniciático en autocar a una playa mediterránea. Iba con unos amigos, menores de edad como yo y con todas las ganas de triunfar, cuando ocurrió el asunto en una parada del coche de línea, supongo que en La Mancha. Todos en tropel bajamos a tomar algo ante los ojos asustados de los camareros del local. Frente a la petición reiterada de un señora que repetía sin parar la frase «un café con leche», desbordado, uno de ellos estalló pero no como piensan mándandola a cierto sitio, sino que lo hizo con aplomo para contestar: «Y dale señora y dale».
Fue una de las anécdotas del viaje, como otras que vivimos relacionadas casi siempre con camareros y ahora que nadie me lee, con camareras de mi amor, claro.

Temas

Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


junio 2012
MTWTFSS
    123
45678910
11121314151617
18192021222324
252627282930