El maremagnum de Internet y demás benditas tecnologías a veces depara cosas que merecen la pena. Bucear por la red suele decepcionar si lo haces con poco tiempo, porque es complicado separar el grano de la paja y acertar con lo que quieres. Y eso sin hablar de la certidumbre de muchos contenidos, que la mayoría hay que ponerlos en cuarentena no vaya a ser que te estallen en el momento más inoportuno y hagas el ridículo.
Decía que se debe escrutar lo que venga por esos caminos y fiarse poco o muy poco. A mi me llegan muchas informaciones que, por razones obvias, procuro procesar con cuidado. Pero, en ocasiones, algunas son tan sabrosas que, independientemente de que pueda ser una invención, las tomo en consideración aunque solo sean porque tienen chispa. Me ha ocurrido con una que paso a relatarles y que procede del correo de uno de mis hermanos, por lo que nada me hace sospechar que sea una manera de liarme o de influir en mi opinión sobre las cosas. Se trata de una carta que «ha incendiado las redes sociales», según la cabecera del correo electrónico y cuyo autor es un tal Francisco Guzmán, para más señas de Castellón.
Asegura que lleva 14 años con empleo, 10 de ellos con pluriempleo para pasar a contar que se esforzó de niño y adolescente con el fin de aprender, sacar buenas notas y pasarlo bien; el mismo camino siguió en la universidad y aún continúa así en sus dos trabajos. Hace diez años, volvió a esforzarse –esta vez con su pareja– para comprar un piso «que entraba dentro de nuestras posibilidades». Ahora tiene ahorros, tras mucho esfuerzo, para afrontar el pago de la hipoteca porque, insiste, «nunca he vivido por encima de mis posibilidades» y no se compró el coche más caro del mercado o pidió un crédito para hacer esa cursilada del viaje de mis sueños.
Continúa Francisco su historia con más esfuerzos, en educar a sus hijos y en colaborar con la escuela pública en la que estudian; además utiliza la sanidad también pública «y si me queda jarabe en casa le digo al médico que no me haga una receta que no necesito».
La carta pasa a otra fase, a la actual, y dice que está a punto de quedarse sin trabajo por culpa de los que han vivido «por encima de nuestras posibilidades» y se revuelve porque me piden «un esfuerzo más». Y da sus razones: siempre ha pagado como un reloj por lo que él no ha hundido a la banca, ni ha hecho bajar la Bolsa o dinamitado los mercados ya que «no he especulado con la vivienda, no he organizado carreras de coches en mi ciudad, no necesito un aeropuerto sin aviones, no tengo yate para ver la salida de la Copa América, no he ido nunca a ver la ópera en el Palau de las Arts». Y ahonda Francisco en su argumentario que le convierte en inocente víctima, como a otros muchos: «Yo no he deteriorado la escuela ni la sanidad pública, no he tenido becas ni subvenciones, no he cobrado nunca el paro, ni he provocado déficit al Estado, la autonomía o la Seguridad Social».
Y Francisco se enciende para rematar esta misiva a ninguna parte: «Yo no conozco a Moody´s, Fitch ni Standard & Poor´s, pero sí conozco a los que vivieron por encima de mis posibilidades. Yo no les voté, a mi no me representan. Soraya, el esfuerzo se lo pides a ellos».
Amén. Tremendo. La historia de un tipo normal que usa el conducto ahora habitual para expresarse, seguro que ante la imposibilidad de hacerlo por otro medio, donde gustan de otras historias, esas de morbo y carnaza, requisitos que no reúne la de Francisco o como en realidad se llame. Porque su reino, el de un tipo normal, ya no es de este mundo ya que –el tonto de él– no vivió por encima de sus posibilidades. Y ahora terminará sin empleo y sin casa. ¡Ay de los vencidos!