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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El sonrojo de llamarlo la roja

Hay veces que por más que uno trate de ser comprensivo no alcanza a entender algunos inventos. Y no teman, que el asunto no es grave, pero me demuestra que somos un país escasamente unido, más bien cogido con alfileres. Aquí lo del pensamiento único, afortunadamente, termina en fracaso y las imposiciones, aún más, a pesar de que en los últimos tiempos somos más disciplinados que lo han sido nuestros ascendientes, esos españolitos que no se dieron tregua durante el siglo pasado.
¿De qué demonios hablo? A la pregunta les respondo con otra, en lo que es una gallegada que a fuerza de verlas en casa se me adosan de forma inconsciente. Pues sí ahí va la cuestión ¿por qué narices pretendemos llamar a la selección española de fútbol ‘la roja’? ¿quién ha tenido la feliz idea y qué persigue con ello? La explicación es dudosa y va desde la comercial para vender toda suerte de ‘merchandising’ –hablando en plata cosas, productos, objetos e incluso chismes varios– hasta el argumento de equipararnos a Europa, ya que los franceses y los italianos llaman a la suya la azul. El argumentario avanza ya hacia posiciones cobardes, a ese temor a decir la palabra España no vaya a ser que ofendamos a nacionalistas advenedizos y conversos que han de demostrar que lo de proceder de Teruel o de Burgos son accidentes y qué cosas tenían sus madres que les parieron en tales lugares.
Pues esta última razón no es descabellada pero, hete aquí, que el pueblo es soberano y sabio y de roja nada de nada, que oyes decir que juega España, la selección española o, incluso, la selección a secas. Esta por la primera ocasión en la que un ciudadano anónimo en mi presencia haya llamado a los chicos de Del Bosque –este señor que los niños confunden con Mr. Potato– el equipo de la roja. Que no, que no se empeñen los sagrados padres de la patria de la información deportiva en hacernos comulgar con ruedas de molino, que España es España igual que Alemania es Alemania. Y no me imagino que llamáramos a Iniesta y compañía, los rojos de la roja. Creo que mi abuela, la pobre, no lo entendería o, lo que es peor, lo entendería en otro sentido.
Y a pesar de que el pueblo –decía que soberano y sabio– ha elegido el nombre y no precisamente el de la roja, continúa el empeño de algunos. Allá ellos, pero que sepan que lo de llamarlo la roja me sonroja, a mi y a otros muchos. Que salgan de la torre de cristal y admitan que su campaña ha fracasado.
Pero no hagamos una guerra de algo que nos une, porque es evidente que apliquemos el calificativo que sea, de colores o no, es un gusto que estemos de acuerdo en esto, pese a lo difícil de gestionar lo común en un territorio, como decía, en muchas cosas cogido con pinzas.     Pero el fútbol es el fútbol y aquí los malos son otros, no el vecino, como solemos considerar. Aquí el enemigo son unos tipos a los que superamos por calidad y no por picardía, algo inédito en nuestra convulsa historia.
Ufanos pues de ser los mejores estaremos –eso deseo– hasta final de mes. Luego vendrá el calor, las vacaciones con más sombra que sol por la situación de emergencia económica. «No podemos arreglar la crisis», dice el correcto Del Bosque, mientras nos quiere transmitir que esto del balón tiene la importancia que tiene. Solucionar el desempleo de los millones de compatriotas que han caido en esa desgraciada red no lo lograrán, pero sí nos harán pensar por un momento que hay algunos, pocos, que practican la excelencia en este lugar al que curiosamente denominamos siempre país, salvo cuando hablamos de fútbol, que lo llamamos España. Son nuestras cosas.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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